sábado, 27 de diciembre de 2008

El fin del amor.


Es el fin del amor tal como lo conoces” y una lúcida y convencida declaración de las que contiene el nuevo disco de Los Fabulosos Cadillacs. Ya hubo un adelanto en el fallido homenaje que en forma disco se brindaba a Andrés Calamaro por parte de una heterogénea y grotesca mezcla de artistas españoles y argentinos. Allí, los Cadillacs destacaban versioneando La Parte de Adelante en un fogonazo skatalítico sin ambages y sin ambiciones “evolucionistas”. Esa grabación suponía el regreso tras el concierto despedida registrado en el Hola/Chau (2000) y tras la última muesca en estudio, La Marcha del Golazo Solitario (1999), insolente demostración de fuerza y facultades para otra obra maestra que los situaba tanto a la altura de cualquier banda latina del Nueva York de los 70 como de cualquier banda de rock alternativo del Nueva York de finales del siglo XX. Y encima, procesadas todas las aspiraciones “desconstructivistas” y progresivas con Fabulosos Calavera (1997), ilustraron su cancionero con magníficos estándares jazz que se podían barruntar pero no imaginar de esa altura.

Y ahora, el regreso de Los Fabulosos Cadillacs parece un punto y aparte de lo anterior, la evolución musical, en formas y concepto, más afinada desde The Clash pero tan prolongada en años que no tiene parangón. La Luz del Ritmo (2008) será para algunos una excusa en formato plástico para armar y dotar de contenido a una “gira llena estadios” y a una restauración de la leyenda de una de las bandas más populares de América. Lo cierto es que eso, unido a que el disco contiene revisiones de antiguos temas e incluso uno de La Marcha... y a que ahora, (y desde su desaparición) son el absoluto baluarte y referente de eso que fue y es llamado “rock latino” proporciona un cierto aire nostálgico que puede anular la verdadera vigencia de su propuesta actual.

Musicalmente La Luz del Ritmo podría malentenderse como una involución, pues a la manera del tema citado del homenaje a Calamaro, echan mano de canciones "antiguas" y exceptuando Condenaditos que es del 99, no los remozan sino que los vuelven a interpretar. Aunque claro, la visión contemplativa del ska de Calaveras y Diablitos nada tiene que ver con la versión del ska de rompe y rasga de Yo te avise! Y por eso surge algo como Basta de llamarme así, una balada adolescente sincopada cuya letra dotada de nuevos significados alcanza altas cotas de profundidad. En otros casos, como con la clásica Padre Nuestro, condimentan una de sus especialidades, la recreación y legitimación de un estilo popular ( de la calle); en este caso la cumbia villera, infecto y trasnochado género para algunos y materia de primera de orfebrería rítmica y sentimental para otros. Además, sucede otro tanto con las respetuosas y convincentes versiones ajenas, en las que con el mismo apasionado indisimulo recurren a sus primeros referentes. Y si Mandness afloraban en muchas canciones, hacen reivindicación expresa con los covers de The Clash e Ian Dury.

Contado así puede parecer un compilado en el que se reproduce su primeriza pasión por el ska y la latin music, pero las nuevas canciones son la argamasa que eleva al disco por encima de la mera reunión de viejos compañeros. Falleció Gerardo Rotblat el percusionista quizás responsable del salto cualitativo que llevo a los Cadillacs a transformarse en El León y por encima de todo, a convertirse en concienzudos estudiosos de los ritmos y estilos callejeros de su continente. Y así, La Luz del Ritmo se revela como un tratado sobre Vida y Muerte que no esconde su esfuerzo por sincerarse con su público y con el amigo ausente desde una fragilidad y agradecimiento que no requiere de ninguna máscara o coartada para expresarse. “Todo se acaba pero que dure una eternidad” es una demoledora y sencilla línea de las que recoge Nosotros Egoístas, genial título y alegato pop que retoma la luminosidad perdida que encerraba alguna de sus primeras canciones y que como otros cortes, está tocada por una inmediatez esencial que parece que, al menos en España se ha perdido y que sólo, de vez en cuando, se halla en algunos indies desprovistos de cinismo y teórica. Feliz regreso. Los Fabulosos Cadillacs han superado las pretensiones y los objetivos y celebran el camino como fin.

domingo, 16 de noviembre de 2008

You know?



Mi recomendación encendida del pasado año fue, sin duda, el L´Antarctica de Madee, un enorme disco con un empaquetado tan atrayente como su contenido. Como es y seguirá como uno de mis favoritos, siempre esta bien reivindicarlo. Ahora, con las imagenes con que vistieron al tema que lo abre: una especie de metaclip para la imbatible Transference #2. Si esto no es una canción perfecta con unos arreglos perfectos que baje Cole Porter y que lo diga.

domingo, 26 de octubre de 2008

Bulletproof.


Wicked Twisted Road es hasta la fecha el disco más ambicioso de Reckless Kelly. Un loable paso adelante pero que veces acuciaba cierta dispersión y repetición. Por eso, para Bulletproof parece que han ido al grano o han decidido ir a la esencia del género. El último disco de los de Texas es un tratado de roots rock como sólo Steve Earle y alguno más pueden componer. Una obra de guitarras adobadas en mandolinas y violines pero con una estructura eminentemente eléctrica. American Blood, One False Move o Mirage son sólo tres ejemplos de este generoso disco. Historias de perdedores y critica social desde la periferia de los States.

The Midnight Organ Fight.


Frightened Rabbit son un trío escocés (antes un dúo de hermanos de ilustre apellido musical) que han hecho uno de los discos de la temporada. Unas grandiosas canciones que se desperezan desde cierta apatía y congoja hasta explotar un grito de pura actividad vital o en una reconfortante intensidad contenida. A veces, también se recrean en su recogimiento pastoral como muchos de su hermanos poperos de la región. Con esas guitarras nerviosas y esos crescendos ambientales van a ser la “próxima gran cosa de la escena alternativa”.

viernes, 15 de agosto de 2008

Cinturon rojo: el arte de la lucha.

Cinturón Rojo (Redbelt) es una rareza tanto para el cine de artes marciales como en la propia trayectoria del guionista, director y dramaturgo, David Mamet ( Casa de juegos, Spartan, El último golpe). Poco tiene que ver esto con las películas chinas de género o con las trasposiciones hollywoodianas con ínfulas de las primeras. Casi tiene más conexiones, al menos estéticas, con cintas de finales de los 70 como Fuerza 7 con Chuck Norris, a lo que contribuye también la música incidental de Stephen Endelman, aparentemente anacrónica pero que se revela muy apropiada al austero y modesto diseño de producción.

Mamet, más preocupado por retratar a un hombre (un luchador en el sentido más amplio de la palabra, real y lírico) en su pelea por conservar su única pertenencia, su integridad, su esencia, nos introduce en un escenario compuesto por una academia de jiu-jitsu y por el contrapunto oscuro de los campeonatos mediatizados y promovidos con afán de lucro sin importar los medios.

Si bien, la película discurre dentro de los parámetros del cine de acción, con contadas peleas, eso sí, sorprende primeramente por la manera sencilla que tiene de mostrar situaciones o escenas chocantes y hasta absurdas con apreciable naturalidad y en sintonía con el comportamiento y actitud del personaje principal, que se esfuerza por mantenerse intacto ante las adversidades personales y ante las económicas, como consecuencia de la mala marcha de su academia. No obstante los conflictos éticos y físicos se nutren también de un artificio confabulatorio entre gente del cine venida a menos y promotores amorales, que en algún momento, casi acercan la historia a otras grandes composiciones del director sobre el engaño como La Trama.

Aún así, a Mamet le interesa subrayar la reacción del protagonista ante el obstaculizado camino al que se somete, ofreciendo sin dobles juegos su esforzado idealismo y su absoluta querencia bondadosa. Ello, que a priori pudiera parecer lo menos atractivo, le permite articular interesantes subtramas como el encuentro entre el protagonista y el actor encarnado por Tim Allen o la relación que entabla el primero con la abogada interpretada por Emily Mortimer, quién ante la pasividad del luchador frente al indigno y reprochable cuadro mostrado por el torneo de lucha y sus mezquinos organizadores, lo despabila en una secuencia memorable y fantásticamente resuelta.

Cordelia´s Dad: What it is.

Cordelia’ Dad, afanoso trío musical de Northhampton (Massachuttets) y tan aficionado a las guitarras lacerantes como a visitar bibliotecas públicas a la busca de viajes tonadas y baladas del siglo XVIII o XIX, rompió su errática pero sincera carrera discográfica con What it is. Tras su arrebato grunge de primeros de los 90, cuando sumaron distorsión eléctrica a semienterradas y crudas historias de colonos y tras su recreación acústica a mediados de la misma década, compilaron en 2001 una serie de grabaciones de 1997 y 1999, que respondían a la semilla que unos años antes, ya habían soterrado al final de la versión europea de su anterior Comet (esa tríada enchufada integrada por Jersey City, Three Snake Leaves y Hush).

Casi todas las canciones estaban firmadas por su cabecilla, Tim Eriksen, quién al final de la vida de la banda, había terminado componiendo como hace tres siglos. De nuevo con la ayuda de Steve Albini y el armazón apretado de guitarra, bajo y batería, daban en What it is una generosa ración de sentimientos desplazados de época que encontraban su referente actual en medio de prolongadas vigilias de cuerdas metálicas y enconados arrebatos rock. Aunque curiosamente, cuando se pusieron a hacer sus propias canciones sin recurrir al acervo tradicional se volvieron más herméticos, no falta en su ultima muesca alguna que otra incursión algo más melódica, como la preciosa Camille ‘ s not afraid of the barn, primer tema de este cierre a recuperar.

15 momentos señeros en la Historia del Rock Celta (1975-2005).

Alan Stivell. E Dulenn-In Dublín (1975). Imbuido de pleno en la estética hippiosa y setentera del folk-rock a la toma pacífica del Estadio Nacional de Dublín, ratificando conexiones culturales entre las naciones celtas y vibrando con orgullo pero sin caspa. Canción: Ha Kompren't 'Vin Erfin?

Runrig. Publicando The Highland Connection (1979) un segundo disco que inicia una leyenda y más de 30 años de Historia Musical en negrita. Rock paisajístico de combate y rescate noble de una lengua que perecía. Canción: Gamna Gealla.

The Pogues. El punk no nace ni se hace sino que se arrastra como puede. La lírica genial de Shane McGowan, el último hombre al que le prestarías tu casa, insuflaba carisma a una banda que ya había visto que la vigencia del rock celta pasaba más por la actualización de la actitud que por la renovación instrumental. Rum, Sodomy & the Lash (1985), brillaba en las grandes ligas del pop haciendo equilibrismos como un beodo. Canción: Dirty Old Town.

The Waterboys. La piedra filosofal y la carta de crédito del género (la única) ante la comunidad indie. Fisherman´s blues (1988) es una obra fuente que aúna en unas sesiones míticas a una brigada de músicos excepcionales bajo el mando iluminado y consciente de un Mike Scott, todavía no reconocido como se merece. Canción: Fisherman´s blues.

Immaculate Fools. La última intentona de arañar las listas de éxito era una pedrada. En The toy shop (1992) estaban cabreados y con un punto amargo, daban los últimos vistazos al camino que se perdía. Pese a todo, las guitarras crujían como nunca en sus airados alegatos contra la ignominia y la estupidez. Canción: Bed of tears.

The Drovers. La banda sonora de la película Blink (1994) contenía tres canciones que eran la máxima expresión de un género efímero. Una fotografía de cuando el rock se legitimó bebiendo de la angustia existencial y juego de similitudes e identidades entre la música celta y el indie. Canción: The boys and the babies/Is Graig here?

Oysterband. Rehacen su cancionero con Trawler (1994). Un disco que reconstruye y actualiza el folk-rock británico, lo urbaniza y lo endurece en pleno fervor antisistema desde las trincheras y desde la oscuridad. Canción: Granite Years.

Ashley MacIsaac. El síndrome de Peter Pan y Leonardo DaVinci en dosis masivas y sin control facultativo. Hi how are you today? (1995) era una pregunta retórica que respondió un álbum después y el disco, una demostración de fuerza con vocación de referente y resultado inapelable. Renovación, entre caprichos guitarreros y electrónicos. Canción: Wing-Stock.

Brigid Boden. Antes de que Madonna se reinventara seriamente, esta mujer publica Brigid Boden (1996) y desaparece con un tratado de música pop que hermana dance y música celta con una naturalidad inédita. Principio y fin de un estilo nuevo en una obra imperecedera. Canción: Spirits never part.

Wolfstone. Con The Half Tail (1996), la banda hacedora de las mejores canciones de rock celta instrumental de todos los tiempos, depura y afila su estilo en una obra de ingeniería sónica de referencia. La precisión rítmica y la contundencia en un mismo habitáculo. Canción: Gillies.

Levellers. Mouth to mouth (1998) era un acercamiento afortunado a la vera del british pop más exitoso sin abandonar el perfil callejero e inquieto de la banda. El rock celta se estiliza con un productor de postín y mucha ambición. Allí donde se tocaban The Clash, The Beatles, Oysterband y Radiohead estaban ellos. Canción: Beautiful day.

The Whisky Priests. Los auténticos hijos del pueblo, de su pueblo. Here comes the ranting lads! (1999) es un testamento en directo construido a base de una honestidad apabullante. Cuando se es tan, tan local, es imposible llegar a ser universal pero el caso es morir en el intento. Canción: A better man than you.

Runrig. Renacimiento. In Search of Angels (1999) es para Runrig lo que para John Travolta fue Pulp Fiction. Tarantino se llama Bruce Guthro y no se mira en ningún espejo cuando canta. Nunca una voz luminosa y feliz había transmitido tanto en tres segundos. Canción: Maymorning.

Carlos Núñez. En Os amores libres (2000), el gaitero hace saltar todas las bancas. Experto buscador de conexiones, virtuoso y aglutinador de personalidades contrapuestas deja constancia de lo que la música celta fue y será. Y más aún de lo que pudo ser, que se hace presente en este disco con la ayuda de gente como Mike Scott o Liam Ó Maonlaí. Canción: Raggle Taggle Gipsy.

Dropkick Murphys. En The Warrior´s Code (2005), se hacen adultos y se adulteran para bien con la furia controlada pero más visceral que nunca. Las palabras de Woody Guthrie son una plegaria desgañitada cuyo eco permanece en todas las esquinas de Boston. Canción: I´m shipping up to Boston.

Bellwether: fields in the bedroom.


Bellwether, formados, aparecidos y radicados en la ciudad de Minneapolis (hay alguna que otra banda que participa de ese nombre) son, a pesar de la red mallada del myspace un ente que puede desaparecer o volatilizarse en cualquier momento y cuyo rastro virtual se limita a pequeñas muescas dejadas en estudios de grabación de provincias y a un último y genial disco publicado en el sello holandés Rosa Records. Son como el increíble hombre menguante del country alternativo. Eric Luoma y Jimmy Peterson, con el añadido de Mick Wirtz desde el tercer disco y un ocasional Phil Tippin han movido esta banda que ha terminado por recluirse sin remisión en su laboratorio musical.


Su primer disco, titulado Turnstiles data de 1998. Si bien ofrecía buenos cortes (King of the meantime, One more time), no dejaba de ser un acercamiento rendido a los trabajos de Uncle Tupelo o Jayhawks. En 2000 publican un segundo disco titulado como el nombre de la banda que, abriéndose con la irresistible 8th street, ya permite presumir cierto interés en minar las formas que les condicionaba hacia la copia estéril para centrarse en intentar nuevas vías por las que desgranar su propuesta. Sin embargo, los esfuerzos y planteamientos de Bellwether no cristalizan hasta Homelate (2002) donde ralentizan los ritmos y comienzan a imprimir a sus canciones esa patina casera y perezosa que las hace absolutamente reconocibles. Igualmente, este disco contiene temas más que notables, caso de Dim light, Croked Heart o Shallowing, que es ya una advertencia de lo que vendrá después y una liquidación de la deuda que mantenían con la precitadas bandas.


El siguiente, Seven and six (2004) destapa un planteamiento personalísimo o la manera de encontrar pepitas de luz en la desolación de una habitación cerrada y sin vistas. Half life, This time, I tought that you were dead son sólo tres títulos de los que contiene este disco excepcional, reposado y de autentica atracción cinemática que trasciende los géneros para dar un nuevo toque a la recreación de la música de raíz americana desde la sencillez de un pequeño estudio de grabación. Para el siguiente y ultimo The stinging nettles (2006), la banda parece que entreabre las ventanas. De la contemplación tranquila del papel de pared pasan a vislumbrar el exterior, alguna flor asoma. Las canciones, refrescadas tras una lluvia prolongada, parecen asomar tras un profundo letargo. There where days abre un disco magnético y acogedor, que retoma la electricidad de trabajos anteriores pero integrándola en particulares arreglos de guitarra y teclados que aportan a las canciones ese aire ensoñador y relajado. Come out walking cierra la obra con un soplo acústico, reconfortante y consciente que te da la justa medida de cual es el estado e intenciones de esta banda de vocación inequivocamente melancólica pero animosa a pesar de todo.

El funk de los blancos.



La Liga de los Celtic-Rockers prevalece. Se levantan de sus tumbas estrechas de trip-hop, world music, punk redneck y piano pop para reclamar lo que fue suyo en un pasado inmediato y deshonrado. Último aviso para los eternos perdedores de trenes: Van Morrison nunca estuvo allí.

Avería y redención # 7.

El último disco de Quique González, ahora con el añadido al nombre de su banda de gira ("La aristocracia del barrio") parece que anuncia aires reiterativos desde el título. Aunque no lo hemos leído antes, casi nos recuerda a ese rollo polvoriento de carretera y manta. Eso es quedarse en la nata. Una mirada algo más atenta amenaza con lo de “obra de madurez”. Tampoco. Además es un poco largo (17 temas). Eso sí. Con todo, se desenvuelve más seguro con ese sonido americana. Ello, le permite hacer cosas como Hay partida, Nos invaden los rusos o Trucos fáciles para días duros, sin que se note nada encorsetado. Los demás calificativos creo que le hacen más bien que mal, porque por otro lado, no hay consciente busqueda de madurez ni reiteración, sino asunción natural de su mezcolanza de referencias y de sus señas de identidad. Por ejemplo, Towns Van Zandt como totem espiritual y Wilco para las aspiraciones formales. A los que se echan las manos a la cabeza, se les pediría que reparasen un poco. Con sus aciertos y errores, creo que este el disco en el que se le escucha más libre.

El día de la madurez.

En 2005, Ben Lee nos dio una sorpresa tan grata como entrañable con aquel Awake is the new sleep. Un disco de sonido sencillo y recogido pero también evocador, animado y abierto. Un puñado de canciones confesionales, con sombras y salidas al sol que contaba además con algunos hits inapelables. Ahora, este australiano con pinta de despistado, regresa con Ripe, en plan eufórico y con el sonido robustecido a base de un acompañamiento más “rockero”. El comienzo es arrollador con ese Love me like world is ending y American televisión, canciones representativas de su estado vital pero que, de alguna forma, hasta le exponen a malentendidos. Y es que no es un “songwriter” dispuesto a todo para obtener el éxito comercial ni gasta una pose torturada. Tiene muchos “principios sentimentales”.

Hay que decir que el disco no mantiene el mismo nivel durante todas las canciones, ni de entrada genera esa sensación de estar ante una obra pop singular, que si que ofrecía el anterior. De hecho, se queda muy lejos del citado Awake... A pesar de ello, su escucha es adictiva y tras varios repasos, la valoración es la de estar ante una grabación con algunos buenísimos temas y con más caras de las aparentadas, con apreciaciones divertidas e irónicas, declaraciones apasionadas y algún retazo sombrío para que recordemos que no siempre, tras mucho esfuerzo, se consiguen las cosas que se quieren. Eso si, en tal supuesto, B.L. aboga por hacer acopio de paciencia e intentarlo de nuevo.

Hold on hope.

Scrubs. La mejor serie de hospitales y médicos se llama así, Scrubs y es también la mejor telecomedia sin risas enlatadas desde Sigue soñando (Dream on), aquella en la que un editor que ha pasado su niñez casi hipnotizado por la tele, relaciona todos los momentos personales de su vida con secuencias e imágenes de viejos seriales que intercala en sus vicisitudes diarias.

Scrubs (emitida por Canal + y con la primera temporada editada en DVD), en formato de 25 minutos, sigue la pista a J.D., un interno de un hospital, aficionado a la voz en off y al grupo de personas con las que comparte trabajo y aventuras personales: su mejor amigo que es un cirujano egolatra, la novia de éste que es una enfermera mandona, su eterna compañera que es una interna insegura y uno de los jefes, que es una especie “mentor a la fuerza”. Visto el tono y resultado, nos viene a ratificar también que no siempre el hiperrealismo es la mejor manera para hallar la veracidad en una obra de ficción y que el humor, en cambio (recordemos M.A.S.H.), si que es la mejor manera para conectar al público con la tragedia evidente que, por otro lado, no requiere ser subrayada.

Plagada de humor absurdo y de escenas surrealistas interaccionando con las presuntas “secuencias reales”, la gracia está en el conjunto formado por los personajes principales, esos secundarios memorables como el conserje psicótico y el abogado depresivo, la variedad que proporcionan las historias de los pacientes y unos guiones más que ocurrentes, divertidísimos y que funcionan mejor que cualquier libro de autoayuda, pues la serie no disimula su intención moralizante y aunque exhibe cierta amargura en algunos momentos, el mensaje es eminentemente positivo, como el de esas canciones que acompañan muchas de las secuencias finales en las que el protagonista, haciendo balance de lo “aprendido” por él y por cada uno de sus compañeros, se da cuenta de que si bien, quizás ha captado la moraleja, quizás también ha perdido algo para siempre.

Echo: Salir al sol


Esta gran obra de 1999, resulta acogedora y abrumadora con esas canciones acolchadas que se desbordan y crecen allá donde las dejan escapar. Porque Echo es como una gran fanfarria de rock americano y como una procesión de animales heridos en pleno rito de cicatrización. Rick Rubin, los apelativos mayestáticos se los tiene bien merecidos aunque sólo sea por este, ayuda a Tom Petty & the Heartbreakers a estilizar esta sucesión de pasos, obteniendo un sonido clásico y poderoso que confiere a este artefacto ese halo de disco esencial y estructural en la carrera de sus autores. Ante el letargo que pueden producir cosas como el posterior The Last Dj o para quienes se quedaron en el Petty de los 80, conviene recuperar o descubrir este Echo y abrazar su liturgia pagana seguros de sus propiedades sanadoras.

domingo, 6 de julio de 2008

Cambiar de vida.



Las extraordinarias dotes narrativas de Rubén Blades volvían a fascinar y conmover a partes iguales con Sicarios. En uno de sus discos más “para adentro” y en el que daba con una suerte de sonido “panamericano” hilvanado con cuerdas y percusiones, aún quedaba hueco para informar y para denunciar. Quizás su mejor relato musical desde Desapariciones.

sábado, 5 de julio de 2008

Convivir con el SiNo.

El nuevo disco de Café Tacvba es una obra emocionante por su sinceridad y carencia de ironía. Por su falta de complejos y por su ambición justa. Siendo que ya hace siete u ocho años, ofrecieron el “sonido del futuro” en una hábil depuración de su lenguaje sonoro y asunción sutil de los ritmos locales, hoy discurren libres, unas veces reiterándose en algún discurso y aplicándose a las tendencias más actuales, y otras, sorteando límites sin forzarlos. Se reparten las voces más que en anteriores entregas, consolidando nuevamente la idea de cómo la singularidad de cada uno de sus cuatro integrantes puede insertarse en un todo único, reivindicativo de la entidad como “banda de amigos”.

Temáticamente hay en Sino una mirada sin disimulo a sus comienzos, asumiéndolos en aciertos y errores, con mucho cariño y sin pedir disculpas si se antojan algo nostálgicos. Y reinciden en ese “humanismo de la imperfección”, la búsqueda del fin sanador o cuando la perdida de lastre no deshace necesariamente el nudo del alma. Cuando cierran el disco dando gracias a la democracia y al estado de derecho, no puede uno más que erizarse con ellos y agradecerles nuevamente un viaje tan honesto y entretenido.

"Summer in Siam" en la cocina.


Publicada aquí Vida de Motel, la sentida y paralizante novela de Willy Vlautin, cantante y compositor de la banda Richmond Fontaine, casi es inevitable recuperar el reflejo sonoro que poco antes conformó The Fitzgerald. Un álbum que era casi un libro de pequeños relatos acústicos, de ribetes duros y gastados como las vidas de los personajes que nos presentaba, y que al igual la obra literaria, incluía también unas bonitas y alusivas ilustraciones de Nate Beatty. Sombras de personas, y personas a punto de convertirse en una mancha oscura a través de un viaje con pocas oportunidades y menos posibilidades de salir adelante.

El Sr. Vlautin es de los que piensan que no hay juicio moral que valga ante una buena historia, sólo la ternura de los que sólo se tienen los unos a los otros. Para ratificarlo, basta recurrir a la quietud subyugante de Making it back, declaración a media luz entre pocas palabras y un abrazo como único cobijo.

domingo, 4 de mayo de 2008

Once: otro musical.

Resulta vano cualquier intento de valorar objetivamente Once ya que The Frames es desde hace años una de mis bandas de cabecera y en principio, esta película, así como su banda sonora o el proyecto The Swell Season, son derivados y afluentes de este grupo .irlandés. El director, John Carney fue bajo de The Frames en su primera época y el protagonista, es su líder natural y autor de las canciones.

La historia, de vocación sencilla, cuenta como un músico callejero (Glen Hansard), que toca de día temas conocidos para obtener el favor de los transeúntes y de noche se vuelca con sus canciones, conoce a una chica (Marketa Irglova); una inmigrante que vende flores en la calle para ganarse la vida y mantener a su madre e hija. Así las cosas, inician una peculiar y a la par sencilla relación, que les lleva a replantearse su momento vital y hasta colaborar en la grabación de un disco.

Todo transcurre de una forma muy simple, con pocos personajes, muchas canciones, sin pretensiones trascendentales en los diálogos y sin alardes trágicos. No obstante, los protagonistas de la historia no son actores profesionales y un poco, o mucho, hacen de si mismos, dejándose llevar por el relato e improvisando de forma natural. En este sentido, la edición en dvd contiene diversos extras que son casi un complemento necesario, como la presentación de la película en Madrid: después de la rueda de prensa, salen a la calle e interpretan a palo y a “voz en grito” cuatro versiones (Dylan, Van Morrison, Pixies y Daniel Johnston) en una disfrutable demostración de clase musical y escénica.

Once, ha recibido unos cuantos premios, hasta un Oscar a la mejor canción pero el relumbrón de los galardones no ha cambiado la percepción de la película como historia auténtica y viva. Viva porque nos hace cómplices de una ternura nada impostada y porque nos demuestra que el cine, es también un medio para seducir con historias personales sin auxiliarse de odiseas sentimentales, experimentos modernos o dogmas.

Recordando a Aidan Bartley.

Hace diez años que en la discográfica zaragozana Grabaciones en el Mar se publicó Between the Gutter and the Stars, obra del irlandés Aidan Bartley y disco excepcional e inesperado que hermanaba con naturalidad el folk anglosajón y el pop en unas canciones de temática amorosa en su mayoría que no disimulaban su querencia romántica en el sentido más decimonónico de la palabra.

Todo ello, había sido grabado en un estudio de la Barcelona de 1992, casi de tapadillo y en una época en la que el talante errante del músico había sido llevado a sus últimas consecuencias en una huída sentimental a la deriva. El caso es que después de pasar por dicha ciudad, Bartley recaló en Zaragoza y se instaló allí por algunos años. Pedro Vizcaíno, jefe, espíritu y "todo" de Grabaciones en el Mar, lo escuchó y lo publicó, permitiendo así que estas canciones compuestas en un especial “estado de gracia”, no se perdieran para siempre o al menos, no se perdieran por unos cuantos años más.

Between the... a base de una instrumentación cuasi acústica, de guitarra, bajo, violín, acordeón y percusión, obtiene en la grabación un ambiente entrañable, ofreciendo diez canciones, oscuras a veces, inquietantes otras y con una pretendida alegría nostálgica en alguna. Exceptuando Foreign legion y Dry stone walling, todos los demás temas hurgan en la herida amorosa, rememorando triste o despechado los momentos vividos (Fade away, Did your prince ever come? o Blue) hasta llegar a ese torrente final asumiendo lo pasado ( Waltz of regret ).

El tiempo transcurrido nos revela que parece que no se publicó en el momento más apropiado o por lo menos, ahora, con un “renacimiento folk” tan presente, es presumible que hubiera despertado más interés. Con todo y con amparo nuevamente de Grabaciones..., Aidan Bartley publicó Soulstream (1999), distinto a Between the... pero igualmente brillante, mostraba su interés por Philip Glass y los minimalistas contemporáneos, “europeizando” a Leonard Cohen y homenajeando a Kurt Weill en unas canciones estremecedoras de huesos, cuerdas y piano.

sábado, 3 de mayo de 2008

Sueños de acuarela.

Carey Ott es un antiguo empleado de banca de Chicago y Lucid Dream su único disco hasta el momento. Y uno de los mejores que salieron en el año 2006. Una vez más, no hay ninguna novedad y al tiempo, una impronta magnética. Con una voz más del british pop que del american rock, sonando lánguida a veces y firme otras, desgrana doce canciones que son imágenes y que se antojan siempre compuestas con colores primarios como los que componen la portada del disco. Los teclados, en dialogo continuo con las guitarras sin estorbarse, visten este pop-rock con algún filo soul o folk y con letras rendidas, delirantes e instantáneas. Daylight o Sunbathing son dos temas destacables de este disco que hace ya bastante tiempo que forman parte de los enseres que prefiero no dejar muy lejos.

domingo, 23 de marzo de 2008

My Latest Novel: Wolves.

La virtud de Wolves, el primer disco de My Latest Novel, radica en que funciona tanto como la presunta banda sonora de una pieza teatral inexistente como un disco de canciones pop con intercalados instrumentales. Los de Glasgow (una vez más, las cosas pasan en esta ciudad) rematan diez canciones totalmente medidas, a pesar de la grandilocuencia que imprime su acabado instrumental e intención lírica.

Supongo que la banda ya se ha cansado de las comparaciones con Arcade Fire, más por la reinterpretación de las hechuras clásicas desde las maneras indies que otra cosa, porque los escoceses, al menos en este disco, ponen mas interés en funcionar en las distancias cortas que en mellar en el fondo abrumando con el aparato instrumental.

Hay también en Wolves algunos arreglos corales verdaderamente ingeniosos y una sana permeabilidad a no tanto los estilos autóctonos, como a los ambientes verdes propios de su tierra. Ya se sabe, es más una conexión cotidiana o una percepción espiritual, que muchas veces da mas réditos que un conocimiento exhaustivo de las “raíces”. Por otro lado, tiene este disco su propio “single”, Sister sneaker sister soul, una feliz canción regional tan buena como las de Belle & Sebastian.

El número final de No depression.

Después de trece años, No depression, la revista bimensual dedicada al “pasado, presente y futuro de la música americana” se despide del formato papel. El aval de los suscriptores no ha sido suficiente garantía y ya ha anunciado su cierre. La publicación ( que tomaba su nombre de una primigenia canción folk en versión Uncle Tupelo ), ha venido cubriendo todos aquellos hitos que desde la mezcolanza del country y el rock se han venido sucediendo en estos años. También el folk, el blues, el soul, ... la música americana, al fin y al cabo.

En su última época, dispuso de una pequeña distribución en España vía correo y lo cierto es que era fantástico ojear una y otra vez sus paginas entre el recordatorio de algún viejo clásico o el anuncio de alguna nueva banda. La foto de la izquierda, se corresponde con la portada de su segundo número, dedicada a Blue Mountain, terceto que era otra prueba más de ese clasicismo insurgente, que sin perder la voluntad docente, tan apasionadamente ha defendido la revista.

jueves, 20 de marzo de 2008

No lucifer!

La armada inglesa a discreción en la reconquista moral del Nuevo Mundo. British Sea Power lo prometen todo con su tercer disco: guitarras izadas sin escatimar fondo y melodía y una luz al final del tunel.

domingo, 16 de marzo de 2008

Jesse Malin: revisado y ampliado.


Glitter in the gutter es un tercer disco que por la inmediatez y espontaneidad que desprende podía pasar por un primero. Jesse Malin, casi como un Willie Nile con la instrucción hecha en los 90 en lugar de los 80 saca pecho sabiéndose que viene con un puñado de canciones buenas y de pegada. Rock urbano, orgullosamente neoyorquino (desde la portada) de guitarras inflamadas y melodías que se enganchan (que no fáciles). Tiene colaboraciones de relumbrón como la de Ryan Adams o como la de Bruce Springsteen en la emotiva balada Broken radio pero el cd anda solo: In the modern world , Prisioners of paradise, Tomorrow tonight o la revisión a piano de Bastards of young de The Replacements ... Falta de complejos, cultura rock y nervio escénico.

Jabe Beyer goes to Nashville.

Jabe Beyer goes to Nashville y van... Los escritores de canciones abandona sus cunas familiares y sentimentales y se marchan a la city de la música americana. Ya no tanto como antes. Ya no es como en aquella película de Robert Altman de igual nombre a la ciudad en la que Elliot Gould era una gran estrella de Hollywood y en la que el director, con la mirada feroz (muy lejos está su visión de la música de raíz en The Last Show) ponía un intencionado espejo frente a la industria musical vaquera que por aquel entonces transitaba derroteros verdaderamente bochornosos. Las multinacionales, y también las compañías pequeñas, aún andan ahí con sus divisiones especializadas en sombreros y pedal steel, buscando talentosos compositores cuya sangre poder transfusionar a estrellas apagadas y a modelos jóvenes de voces agradables e intercambiables. Jabe Beyer que viene de Boston, ha sido una pieza importante del engranaje folk-rock de dicha ciudad. Un día se despertó y se dio cuenta de que hacía americana, así que, qué diablos!

En el 2.000 publica Twenty Point Turn, un disco de cantautor vitaminado que arreaba la guitarra acústica como latigazos y que con esa pulsación funk anunciaba varios frentes por donde seguir en trabajos posteriores. En el siguiente, Outback Country Vampire, se reconvierte en una banda celta de centroeuropa en alegre sintonía bluegrass y revestimiento gótico. Ya en el 2004, y con el concepto de grupo afianzado, se publica Drama City, que conoció una pequeña difusión en España, y en el que compacta el sonido folk-rock, incidiendo en ese punk-hilbilly descarriado que apuntaba en la obra anterior ( Honest as pure gold, Crazy Anne Marie) pero sin renunciar a los ambientes brumosos y a los temas más reposados ( Cold Cold Wind, Don´t even blink).

Finalmente y antes de la marcha, llega Where are we going & when do we get there que sugiere de principio un sonido más convencional, más asentado en los patrones del country alternativo pero que se revela poco a poco con sólidas canciones como You can´t see the stars from the inside of a bar o Paradise. Los arreglos, en realidad, no tan obvios y más delicados, arropan unas canciones con un halo lírico de despedida y que permanecen tras varias escuchas como la magnética y bonita imagen que compone la propia portada del disco: un banco vacío e inmaculado, ornamentado con motivos vegetales que no se sabe si espera paciente bajo la ventana a que alguien llegue, o bien asume tranquilo que ya pasó la estación en la cuál pudo ocurrir algo.

www.myspace.com/jabemusic

The Hold Steady: puentes elevados y patatas fritas.

Comulgo con la teoría salvavidas de que el rock es actitud y de que se hace valer más por su fondo que por su forma. Pero se ha hecho un mal uso de esa tesis porque los rockeros se mantienen dentro del circuito y del rollo rock aún cuando dejan de hacer rock.

Luego están esa chorradas con ínfulas: que si ahora grabo con la sinfónica de Bratislava, que si me pongo un sombrero vaquero, que si mi historia es el jazz, que si adapto en versos libres el pensamiento “infrarealista”. Y claro, empiezas a mirar y el rock ya no está por ningún lado. Moraleja: si haces rock no te pongas a decir que haces rock adulto y evitaras suspicacias. En el otro extremo están The Hold Steady, que son una banda de Brooklyn que hasta podría decir que hacen “rock literario” sin sonrojarse. Tienen tres discos hasta la fecha, el debut Almost Killed Me, el conceptual Separation Sunday y el avasallador Boys and Girls in America.

Imaginaros a un tipo de edad indeterminada con pinta de humorista salido del Saturday Night Live de los 80 (es decir, su aspecto tiene más que ver con John Belushi o Steve Martin que con Lou Reed o John Cale). Casi como poseído por un megáfono años 70, vocifera y dispara palabras atropelladas y te abruma con referencias locales y culturales. Detrás de esa voz muchas guitarras, muchos riffs y algunos pianos. Y si, si, Springsteen también pero ellos son The Hold Steady. No te quepa duda de que hacen rock.

domingo, 9 de marzo de 2008

Ash Wednesday.

Hay resignado consenso popular cuando las canciones y la voz se reconocen. Saltan las escamas hasta de los buceadores más duros. Si bien los cortes rezuman clasicismo, lo supera surcando hacia la obra atemporal, bebiendo de las fuentes pero abriendo una senda propia sin importar si se hizo en el siglo XX o en el XXI. Ahora es cuando hablamos de eso de que si se tiene o no se tiene porque Elvis Perkins (el autor) no es más que un primerizo escritor de canciones y sin embargo, su huella parece la de alguien mucho más pesado. El resto es ya condimento y alineo, el personaje y sus trágicos antecedentes familiares, el estupendo diseño del envoltorio, el sello que lo acoge . Ash Wednesday es un reflejo sobrecogedor de la (su) vida y aunque intentes pasar, reclama poderosamente tu atención.

Independientes en la sopa.

Sexo, mentiras y Hollywood, de Peter Biskind, es una crónica absorbente e ilustrativa de cómo se suceden y transcurren los tratos que permiten que la distribución de una película acabe prosperando. También es la historia del “cine independiente” en los Estados Unidos desde finales de los 90 a través del devenir paralelo del Festival de Sundance y de la compañía Miramax. El autor cuenta concienzudamente y arroja reflexiones lúcidas e informadas a partir de confesiones y declaraciones de segunda y primera mano. Se mete en los despachos, se esconde detrás de la cortina, husmea debajo de las camas de las suites de los festivales, te hace testigo y participe de los hechos y sobra decir que colma de anécdotas divertidas y llenas de jugo.

Se me vienen a corroborar tres cosas. Uno: que el Festival de Sundance ya se había aburguesado nada mas nacer y que no sabia como enfocar sus esfuerzos hacia la promoción del cine indie porque no sabia que era el cine indie de finales de los 80. Dos: que al igual que en la música, el cine indie pocas veces trasciende lo que es una etiqueta pues recurre a los mismos recursos que el cine de los grandes estudios para venderse y su funcionamiento, termina recurriendo necesariamente a los cauces mas convencionales. Y tres: que en esto del cine, los directores son resignados sufridores ante la tremenda dificultad que supone dar a conocer una película al mediano publico. Lo raro es que los hacedores de cine aparenten tanta tranquilidad en las promociones y no dejen entrever las ulceras estomacales y espirituales que les deben provocar los cortes insanos de celuloide, los pagos aplazados y las auditorias. En un pasaje, Tarantino, refiriéndose a Reservoir dogs dice algo así como “hice la película para mi y luego, invito a todo el mundo que quiera verla”. Es una buena máxima para el cine indie: la difusión controlada que no dañe la obra.

Recuerdo esos finales de los 80 y primeros 90 cuando en las revistas de cine comenzaba a acaparar papel esas películas con gente menos o nada conocida en escenarios realistas y con argumentos de vocación profunda y cercana. Steven Soderbergh que había dirigido Sexo, mentiras y cintas de video, titulo genial para una película que se aclamaba como un nuevo y refrescante referente para lo que iba a venir, acaparaba la atención de la critica y del público ávido de otras posturas cinematográficas. Mi atención la acaparaba James Spader y su peinado imposible. Desde entonces, Spader comenzó a atesorar peinados imposibles que hacían mas daño a su carrera de lo que su agente debía pensar y yo me convertí en fan confeso y entusiasta de este hombre. Por allí andaban entonces John Sayles, Allison Anders, Spike Lee, Tom DiCillo, Todd Haines o Alexandre Rockwell. A mi me tenia completamente cogido Hal Hartley. En España gozaba de buenas criticas (hasta le dedicaron una noche especial en Canal +) y me resultaban muy atractivos esos escenarios de sus películas, tan americanos y tan baratos. Sus actores eran completos desconocidos y sus historias se antojaban de lo más “modernas”. Ah, lo mejor de todo eran los títulos, Amateur, Simple men o Trust me parecían palabras geniales para denominar películas.

Y así, hasta que vino al indie el cine de género. Primero con John Dahl. La muerte golpea dos veces, Red rock west y sobre todo, La ultima seducción. Eran películas que prometían tanta forma, tantos clichés del genero negro recreados que cuando uno se topaba con la sustancia, era como encontrar oro. La ultima seducción ya caía, creo, por el 94. Allí ya se produjo el advenimiento pleno e inseminador de Quentin Tarantino y las tornas de la industria terminaron por cambiar definitivamente. Un poco antes, el escaso éxito de público y el ninguneo de El ultimo gran héroe supuso una pequeña rebelión germinada en un gran estudio y aplastada en el mismo sitio con un “no te pases de listo”. Quedaban aún muchos años de feliz divorcio entre los contenidos del cine indie y los contenidos del cine comercial, al menos, en lo que al envoltorio se refería. Tarantino, por lo menos, no sólo derramó influencia sino que impuso su peso específico sin preocuparse si hacia un cine desafiante con las producciones tradicionales y coherente con las propuestas de entidad netamente artística.

August and Everything After: Gran Novela Americana.

Se lleva lo de las Deluxe Edition. Generalmente, reediciones empaquetadas con detalle, “remasterizadas” y con el añadido de maquetas, descartes o temas en directo. En éstas, le toca el turno al August and everything after (1993), la magna y reverenciada opera prima de Counting Crows. Se acompaña un concierto grabado en el mes de diciembre de 1994 en Paris. El efervescente disco en directo recoge su debut casi al completo y recupera algún tema previo y algún otro que estaba por venir. Además, al disco original, se suman cinco bonus tracks, el más reseñable de los cuales, es la versión acústica del “himno folk” This land is your land.

Sólo dos discos les bastó a Counting Crows para convertirse en un caleidoscopio recurrente del rock americano. Con August and every day after deslumbraron con un conjunto de canciones de sustrato clásico, sabiamente producidas por T-Bone Burnett que se imponían solemnes con una maquinaria instrumental de mucha pegada, con letras cargadas de referencia locales y sentimentales y con gran ambición rockera. En el 93, el disco quedó algo eclipsado por el sobreradiado Mr. Jones. Con todo, era un disco que contiene muchas CANCIONES y muchos ambientes diferentes - épico, tradicional, recogido e íntimo, eufórico,...- y como todos los de los Counting Crows, concienzudamente trabajado en todos sus aspectos: desde el arte de la carpeta hasta el ultimo arpegio. Adam Duritz, autor y cantante de la banda se erigió aquí como voz personalísima y llena de matices y escritor de canciones a seguir.

Su siguiente obra, Recovering the satellites, ya fue objeto de algún cuestionamiento. Para mi, incomprensiblemente, pues el sonido renovado e irrepetible y alejado de las formas clásicas mas evidentes del August... les llevaba a otros lugares bien atractivos y de cuidada oscuridad. Lo cierto es que su influencia es innegable, y como autores de ese rock adulto y visceral, a la vez que muy generoso en lo musical, no conocen parejo; sí muchos imitadores. Lo tenían (y lo tienen) todo: canciones, músicos excepcionales, un cantante con un feeling único y un empeño en los arreglos musicales que hace que cada disco sea un apetecible banquete sonoro. De momento, y a la espera de la nueva entrega, rememoramos las historias y confesiones empañadas de este August and everything after (indiscutible titulazo, por otro lado).

In our days we will live like our ghosts...


Con The Shepherd’s Dog, regresa Iron and Wine tras el trabajo conjunto con Calexico, más armado en el envoltorio y con un sonido no tan de dormitorio. Lo hace crecido en confianza, con historias como The Resurrection Fern, nombre a la altura de la canción con el que te desentraña tres o cuatro destellos de misterios pendientes. Para escuchar por la mañana o por la noche, antes o después de que averigües esas tres o cuatro cosas que te faltaban o que te sobraban. Las mismas que te apremia decir antes de que termines convertido en un fantasma.

Maxïmo Park: plata imbatible.


Tan desesperados andan los ingleses por encontrar hitos musicales y referentes generacionales que queman a sus bandas jóvenes en un malsano ejercicio mediático totalmente estandarizado y reprochable. Así las cosas, quitando tres o cuatro excepciones, prefiere la prensa especializada tolerar a R.E.M. antes que a James o alabar ostentosamente a Johnny Cash mientras olvidan ignorantes a June Tabor. Con todo, parece que hay bandas y artistas que se sobreponen preservándose del “más difícil todavía”. Quiero pensar en Maxïmo Park, en los que ya se ha abandonado la anécdota recurrente de que si trabajan para WARP (sello de “música electrónica avanzada” dentro del cual, son el único grupo de “pop-rock convencional”) o que si toman el nombre de un revolucionario cubano ( Máximo Gómez), grabando un segundo disco rotundo (descontando el anterior Missing Songs que era un compilado de caras B y maquetas).

La urgencia de un primero que te hacia levantar la cabeza ( A certain Trigger) se mantiene y se afila en Our earthly pleasures, aún más acelerado cuando quiere y más ambiental si se le deja. No es habitual encontrar un grupo de pop que gusten de usar palabras de cuatro y cinco silabas en sus estrofas y tan consecuentes a la hora de hablar y planear su música desde la convivencia y aceptación de su herencia british. A la caza de la intensidad desde la contención y desde la modulación, los de Newcastle, abren todas las líneas con unas canciones memorables y con la ayuda acertada del gran productor Gil Norton (Counting Crows, Levellers...).

Wolfstone: divide y reafirma.


Con Terra Firma, Wolfstone, banda escocesa y referente histórico del rock celta y el folk-rock en general, se renuevan con otro cantante y compositor, con unas canciones que respiran sol, verde y agua en su disco mas completo en años. Lo que hacen, no responde a un plan premeditado e interesado de fusión de estilos sino que bebe de la más absoluta y simple cotidianeidad. En la era de la "información", ¿cómo se percibe a Bob Dylan desde Inverness cuando te hartaste de recitar versos de Robert Burns y de escuchar a Dick Caughan? No se tampoco como reciben el pop de “radio formula” pero de todo queda en las canciones de Terra Firma.

Desde The Half Tail Wolfstone no se terminaban de encontrar, sufriendo en todos los discos la carencia que supone que las canciones cantadas quedaran siempre ensombrecidas por las instrumentales, lo cual perjudicaba sin remedio al resultado final. Stuart Eaglesham era un cantante aceptable pero Ross Hamilton es mejor, y es inteligente por el primero, ceder y limitarse a segundas voces cuando la banda lo requiere. Con el anterior, Almost An Island, se inicia la recuperación pero tocan techo con las tonadas y así, se presenta necesario un replanteamiento: recular, respirar, observar y decidir. La supervivencia del perro negro esta asegurada con este disco de producción saturada pero perfectamente encajada.

9.

El segundo disco de Damien Rice, 9, es continuista pero menos. En este caso parece que una segunda parte del exitoso O era lo que se deseaba pues este hombre no es de los que busquen convencer a los indecisos: con una voz y unas canciones como las suyas, casi que te gusta o no te gusta. No hay aquí, temas tan estilosos como The blower’ s daughter pero la visceralidad, los crescendos confesionales y el romanticismo desaforado prevalecen como siempre. Baste escuchar la primera canción (9 crimes) para quedarse envuelto en un nudo. 9 es irregular pero ante la efigie del impacto que produjo el primer disco, opta astuto por algún giro inesperado en la cadencia que beneficia al conjunto; como el de Coconut skins o el de Me, my yoke + i. Más aguerrido en definitiva, como ese Rootless tree, que no es un intento fallido de introducirse en el magma grunge sino un clásico del folk urbano y un pedazo de sentimiento asilvestrado.

domingo, 2 de marzo de 2008

Seth Lakeman: basado en hechos reales.

Seth Lakeman no estuvo en The Big Session Vol. 1 pero participa de su espíritu renovador. El folk británico no estaba anquilosado lo que ocurre es que estaba mediatizado y aun hoy se continua exclusivamente glosando, una vez tras otra, las correrías de Sandy Denny, Fairport Convention y Richard Thompson. Y hasta se recupera a Pentangle y sus derivaciones. No hablemos ya de The Incredible String Band. En pleno auge del nuevo folk y del weird folk se requería un ejercicio de autoafirmación que llamara la atención sobre la vigencia real y saludable del folk inglés. Y eso llegó con el mentado The Big Session Vol.1, disco aglutinador, seminal pero también esclarecedor y visionario que orquestaron en 2004 Oysterband con la ayuda de nombres consolidados (Eliza Carthy, June Tabor), nuevos refuerzos (Jim Moray) y depositarios de las canciones de ida y vuelta (The Handsome Family).

En Freedom fields (2006) hallamos ese perfil contestatario y combativo por un lado y evocador y romántico por otro. La música, como ocurre con la de Oysterband ya no nos remite necesariamente al pasado pues se ha encontrado la manera de continuar enraizado a la vez que se destapan multitud de puntos de conexión con el presente, no sólo temáticos sino también estilísticos; ahí esta esa insólita reminiscencia del rhytm & soul contemporáneo. Sostenido en una instrumentación acústica y en la transparente y sentida voz de su artífice, Freedom fields es un disco que asume con naturalidad una herencia musical que desde la aldea a la ciudad, ondea ahora no para servir de recreación sino para seguir haciendo.

Grábame a The Shins, Zack.


Resulta, creo yo, que The Shins encontraron un sitio propio, en su caso, una madriguera amueblada y con iluminación y ventilación natural. Oh, inverted world (2001) y Chutes too narrow (2003) eran fantásticos y regenerantes porque presentaban a una banda desprejuiciada y muy suya que lo mismo echaban mano de su acomodo cotidiano que de sus aspiraciones cósmicas. Wincing the night away (2007), con la hábil mano de Joe Chiccarelli ( Beck, U2) es fabulosamente expansivo y colorista.

Después de convertirse en una referencia entrañable en películas como Elizabethtown y sobre todo con Algo en común (Garden state) han fabricado un disco de eco acuático y sesentero, sin linderos, lleno de imágenes inesperadas que respiran entre esas melodías poliédricas e inolvidables. Todo ello, armado con la cautivadora voz de su líder James Mercer, en un primer plano merecido y con esa voluntad melodramática en las letras mas firme que nunca. Si en la citada Algo en común su protagonista se quedaba embobado mientras miraba a Natalie Portman a través de la música de The Shins que va a haer este chico cuando le ponga Australia o Turn on me. Que hagan la segunda parte.

LHR: juego en equipo.

La Habitacion Roja merecen reconocimiento rockero porque en este país tan presto a la distribución por escenas, lo llevas crudo para trascender una fama. Y eso es un hecho pero poco justo. Al margen de ello, me parece el ultimo disco el mejor de todos. Con una portada muy castiza, diría yo, Cuando ya no quede nada te da consistentes motivos para reengancharte o sumarte a la ruta de la banda valenciana.

Nuevamente produce Steve Albini, personalidad que no requiere presentación y “héroe de los bajos”. El sonido es más duro si cabe que el que encerraba su anterior Nuevos tiempos. Se deshacen de accesorios, se condensan y ahí es cuando dan su verdadera medida. En las producciones españolas (y de fuera) hay mucha basura que no deja ver el bosque por eso es tan refrescante este disco en el que se percibe a los instrumentos respirando. Hay cosas nuevas, como esos pasajes instrumentales en alguna canción que no se limitan al conocido crescendo de guitarras. Además, se muestran muy firmes en las letras, conmoviendo de nuevo en el terreno “amoroso” y enrabiando en los momentos socialmente más concienzudos. No quería hablar de tesón pero cuando los resultados son buenos, no queda más remedio. La vida moderna, Hoy, Tened piedad del expresidente o Los amantes y la paz, certifican.

El Singapur desde La Ribera.

Cuando apareció en el mercado este disco grabado en 1994, se pusieron de manifiesto ciertas posibilidades comerciales. Sin embargo, supongo que para desazón de Fonomusic no terminaron de cuajar. En aquél entonces, a los artistas aragoneses los ponían mucho en Cadena Dial, siempre tenían un espacio reservado para ellos. En su momento, recuerdo que ya había sonado Turistas en el paraíso y Los nadadores y daba la impresión de que cada nuevo disco era el “salto definitivo”.

Ángel Petisme, antes de trascender lo habitual para pasar a ser local y mostrarse así universal, rememorando y practicando los signos de identidad aragonesa desde la diáspora o desde Saturno, entregó El Singapur con el que trató de llegar a la universalidad a través de la visceralidad. Este disco no padecía de los achaques de producción de sus anteriores, ligados en exceso a algunos arreglos ochenteros y desacertados, fruto de lo que se estilaba en aquel momento. Quedaba algún resquicio pero en general las canciones siguen sonando frescas y sobre todo, igual de vigentes y emocionantes.

El disco se abría con el tema que daba título al mismo, con cadencias sincopadas y ecos marineros, supone toda una declaración de intenciones, marcando el tono errante y libre de este conjunto de canciones. Y es que el álbum rehuye en ocasiones los meandros líricos, que no estilísticos, a la hora de plantear los temas eternos, tales como la libertad, la rebeldía, la vida en pareja, la emigración, la memoria, el sexo, el amor... Los ríos de venus, una épica canción de amor arropada por preciosistas arreglos y por las voces de Gabriel Sopeña, elevaba el listón hasta lo más alto, tocándolo de nuevo al final del disco con Amor y Cartografía, título también de uno de los poemarios del bilbilitano y canción de cierre maravillosa y rotunda. Mi favorita, también. En ella, de nuevo con la ayuda de Gabriel Sopeña y de algunos miembros de los extintos El Bosque en los arreglos folkies que sacaban lustre, se evocan como poco, odiseas, personajes fantásticos, históricos o inventados y viajes más allá del tiempo y del espacio espoleados por el amor y la memoria.

Aunque resultaba difícil no reseñar el último tema, emocionante también por su singularidad, más canciones destacadas legitiman el empaque de esta obra: la directa Quiero arrancarte una sonrisa, la desgarradora El Paria, con la pulsación de los tambores de Calanda entretejidos con la guitarra eléctrica, o el auténtico hit alternativo Bailando en campos minados, que con gracia y seriedad dejaba paso a la voz de los desheredados y apartados por la sociedad del capital.

Una de las cosas más gratas de Petisme es ese intento constante de invitación al baile, la búsqueda de colores y estilos para sus canciones sin resultar chabacano y sin por ello renunciar a la densidad. Es curioso como se ha convertido en aquello a lo que en la cita de Francis Bacon que se recoge en El Singapur se aludía, o así lo creo percibir, y es que no siempre se es un bufón cuando se hacen bufonadas. Banderas agitadas, platos volantes, cacofonías surrealistas, fetichismo, himnos, leones durmientes, rock mestizo, amores inabarcables, manifestaciones y paraísos de salón. Aunque en principio pudiera pensarse otra cosa, todo tiene sentido y coherencia, como en este disco; porque Petisme siempre te roba algo más que una sonrisa cómplice.

The National: por el título.


Allanado el camino con Alligator, que los posicionó en las “listas serias” del alt-pop rock como una de las bandas de New York más a estimar, ratifican su posición con Boxer, grande: Mistaken for strangers, Slow show o Start a war no admiten enmienda. Discretos y concienzudos, esta gente ha armado un disco sin fisuras, que te llena, te inquieta y te tranquiliza. Doce canciones mecidas en el mismo tono que impone la voz de su cantante, queda y grave, y con un orden en las mismas tan acertado que hasta parece una obra conceptual. Quizá lo sea, hablan de que trata del miedo a perderse y a dejar de ser uno mismo... The National son una banda que sugiere épica y penumbras pero engañan, porque si bien hay todo eso, además de esa decadencia de salón en desuso y anacrónico y a pesar de la portada, ofrecen en Boxer mucha luz y sonrisas sin ironía.

Colabora Sufjan Stevens, que hasta de alguna forma deja su impronta: Racing like a pro o Ada tienen cierto aire suyo aunque es sólo un detalle pues todo queda integrado en la propuesta única y objetiva de Boxer. Por otro lado, los detalles musicales se revelan inagotables a cada escucha en canciones que con pulso firme, avanzan desde el interior al exterior y vuelta a empezar sin problemas, durando lo que tienen que durar. Lo cierto es que este disco se antoja de calado lento pero llega antes de lo que te esperas.

Whiskeytown: alguien recuerda la rosa.


En julio de 2007 se cumplieron diez años de la publicación de Strangers almanac, obra de la banda Whiskeytown y pieza de toque del alt-country de cuando el género estaba a punto de pasar a llamarse americana y comenzar su colonización más allá de las fronteras de los States, germinando no ya en un estilo consolidado sino en una verdadera actitud vital que se alimenta de sentimientos análogos y miradas perdidas al interior del corazón y al final imposible de una carretera.

El alt-country o country alternativo no dejaba de ser también un cajón de sastre donde cabían muchos estilos y enfoques: los valses desolados, el pop de pedal steel, el soul sureño o el rock rural trasplantado a la urbe. De todo ello hay en Strangers Almanac con un Ryan Adams antes de la tormenta mediática, empleado a fondo en la composición hasta obtener un disco que es también y parece que ya es el momento, un referente generacional, al menos, el de unos cuantos.

Strangers Almanac brilla entre las querencia por las raíces reposadas y el rock circunspecto y emocional. La representativa 16 days, la evocadora Houses on the hill, la esperanzadora Avenues, la afilada Turn around o la escalofriante Losering son buena muestra de ello. En aquel momento, la banda encabezaba una cuarta vía, distinta a la iniciada por Uncle Tupelo, The Jayhawks y Cracker, y así, sintomático es que en este disco no colaborara Jeff Tweddy, Gary Louris o Steve Earle sino el también grande pero menos conocido Alejandro Escovedo, quien se recreaba en las canciones dando brío y compartiendo las letanías de ausencias y perdedores convencidos.

Volver.

Vuelve el barrio. El abuelo ficticio de Maestra Vida se las pasaba ahí en el Solar de los Aburridos echándole piropos a Manuela y los hermanos, Serge y David Bielanko, se comían las horas apurando todo lo que se puede hacer en una esquina encajada entre catorce autopistas y un tren elevado. Allí donde Rocky Balboa no es un personaje de ficción y donde Steve Earle es un Santo que vino del campo. Suerte de sincretismo entre el rock heroico de la calle, el soul de los vecinos, el doo woop de un tío lejano de su padre y el folk afectado y enchufado. Pasado un mal trago trasatlántico y liberados de la ingrata carga de ser la última gran banda joven del planeta, regresan sin tener que demostrar nada, sólo por el mero hecho de ser una banda de rock incineradora de garitos. Está bien claro, no es el alcohol sino el arrojo.

The Yards.

El director James Gray propone en The Yards (en España, titulada inexplicablemente La otra cara del crimen, 2002) una historia de indisimuladas resonancias de tragedia clásica en la que la vuelta a casa del “buen hijo” no es el desencadenante sino una excusa para mostrarnos un submundo decrépito que amenaza con devorar a los personajes en cualquier momento del metraje.

La excusa: una empresa dedicada a las redes de transporte haciendo uso de viles tretas y conspirando, por sortear o traspasar las normas de contratación pública con la contribución y la actitud de falsa resignación de la Administración. Vidas desguazadas sin saberlo en una ciudad cercana y reventada por un interés público enfermo, que no ha sabido sobreponerse a las exigencias que impone el lucro particular.

Mención especial merece todo el reparto (Mark Wahlberg, Joaquin Phoenix, Charlize Theron, James Caan, Faye Dunaway y Ellen Burstyn) que encarna tan acertadamente el desencanto que sobrevuela la cinta. El director, según manifestó, intenta trasladar el contenido y sus intenciones a la ambientación, en un interesante ejercicio de inspiración en artistas pictóricos como Edward Hopper, de la Tour, Caravaggio o incluso Goya. Claro está, que con Hopper es con quién más ajusta el resultado, obteniendo esa ciudad sepia que acompaña a los personajes en una trama que avanza dolorosamente en busca de un poco de redención.

Knock Off (1998).

Son muchos los directores que son condenados al ostracismo y a la incomprensión que supone el ser considerado un director artesanal. Resulta paradigmático el caso de los John : Badham, Frankenheimer, Glenn, Mackenzie, McTiernan o incluso Carpenter. Todos ellos, directores que sólo puntualmente son considerados como algo más que competentes técnicos que saben contar una historia con eficacia. Tsui Hark, a pesar de su nombre chino entra por derecho en el panteón de los John pues si un día fue considerado el director indie más prometedor de la camada ochentera del cine de Hong Kong pronto tuvo que ceder ante nombres menos evidentes pero también menos inspirados como Ang Lee. Una de las mejores películas de Jean-Claude Van Damme es suya. Knock Off (En el ojo del huracán) es una estimable historia de espías, mafia rusa y prendas de vestir falsificadas cuya inteligente realización se impone firme al marciano argumento.

La película, que no es un ejercicio de estilo sino una cinta de aventuras sazonada con golpes cómicos, no escatima homenajes al cine de acción de los 80 mientras ofrece un concienzudo trabajo de cómo mover el objetivo y donde colocarlo buscando un sentido a cada plano y siempre en apoyo del ritmo que demanda la historia que se relata. Invito a descubrirla de nuevo pues el cine de género no debe ser menospreciado por su naturaleza cuando el director, siendo consciente del instrumento que tiene entre manos, no se limita a cumplir con el expediente.


El séquito (entourage).


No recordaremos a Mark Wahlberg por su redención artística tras New Kids... o por interpretar a un alter ego de John Holmes sin veneno. Por el contrario, su auténtico mérito dentro de la industria del entretenimiento radica en su papel de productor ejecutivo de una de las series más divertidas de la televisión. Sí, al parecer sabe como poner el dinero y sorprendentemente, se ha visto inmerso en un producto que supera la mera anécdota del “cine dentro de la tele” y de la crítica autocomplaciente del show business para engancharnos con una historia mordaz que sólo aspira a entretener y que de tan pocos propósitos que aparenta se convierte en imprescindible.

“El cine dentro del cine” se halla varado en los 90 y la televisión recoge el testigo con más gracia y con más precisión: Vince Chase es una estrella de Hollywood en ciernes que disfruta con relajo su esforzado ascenso a la fama junto a su grupo de allegados y necesitados. Está el amigo responsable y máximo consejero-confesor, su hermano que es un actor sin suerte venido a menos y el colega aprovechado que también hace su papel.

Magnético el personaje de Ari Gold, ave rapaz de la representación artística con la lengua más afilada del oficio que luce en unos diálogos regodeantes plagados de nombres propios. Además, Drama y Tortuga (el hermano y el colega) son una de las parejas cómicas más efectivas de la tele sin apelar a los clichés y contrastes habituales. La apología del hedonismo y el difícil arte de la “endoreferencia hollywoodiana” en su máxima expresión. Todo ello, con trazo claro y sin mensaje.