domingo, 23 de marzo de 2008

My Latest Novel: Wolves.

La virtud de Wolves, el primer disco de My Latest Novel, radica en que funciona tanto como la presunta banda sonora de una pieza teatral inexistente como un disco de canciones pop con intercalados instrumentales. Los de Glasgow (una vez más, las cosas pasan en esta ciudad) rematan diez canciones totalmente medidas, a pesar de la grandilocuencia que imprime su acabado instrumental e intención lírica.

Supongo que la banda ya se ha cansado de las comparaciones con Arcade Fire, más por la reinterpretación de las hechuras clásicas desde las maneras indies que otra cosa, porque los escoceses, al menos en este disco, ponen mas interés en funcionar en las distancias cortas que en mellar en el fondo abrumando con el aparato instrumental.

Hay también en Wolves algunos arreglos corales verdaderamente ingeniosos y una sana permeabilidad a no tanto los estilos autóctonos, como a los ambientes verdes propios de su tierra. Ya se sabe, es más una conexión cotidiana o una percepción espiritual, que muchas veces da mas réditos que un conocimiento exhaustivo de las “raíces”. Por otro lado, tiene este disco su propio “single”, Sister sneaker sister soul, una feliz canción regional tan buena como las de Belle & Sebastian.

El número final de No depression.

Después de trece años, No depression, la revista bimensual dedicada al “pasado, presente y futuro de la música americana” se despide del formato papel. El aval de los suscriptores no ha sido suficiente garantía y ya ha anunciado su cierre. La publicación ( que tomaba su nombre de una primigenia canción folk en versión Uncle Tupelo ), ha venido cubriendo todos aquellos hitos que desde la mezcolanza del country y el rock se han venido sucediendo en estos años. También el folk, el blues, el soul, ... la música americana, al fin y al cabo.

En su última época, dispuso de una pequeña distribución en España vía correo y lo cierto es que era fantástico ojear una y otra vez sus paginas entre el recordatorio de algún viejo clásico o el anuncio de alguna nueva banda. La foto de la izquierda, se corresponde con la portada de su segundo número, dedicada a Blue Mountain, terceto que era otra prueba más de ese clasicismo insurgente, que sin perder la voluntad docente, tan apasionadamente ha defendido la revista.

jueves, 20 de marzo de 2008

No lucifer!

La armada inglesa a discreción en la reconquista moral del Nuevo Mundo. British Sea Power lo prometen todo con su tercer disco: guitarras izadas sin escatimar fondo y melodía y una luz al final del tunel.

domingo, 16 de marzo de 2008

Jesse Malin: revisado y ampliado.


Glitter in the gutter es un tercer disco que por la inmediatez y espontaneidad que desprende podía pasar por un primero. Jesse Malin, casi como un Willie Nile con la instrucción hecha en los 90 en lugar de los 80 saca pecho sabiéndose que viene con un puñado de canciones buenas y de pegada. Rock urbano, orgullosamente neoyorquino (desde la portada) de guitarras inflamadas y melodías que se enganchan (que no fáciles). Tiene colaboraciones de relumbrón como la de Ryan Adams o como la de Bruce Springsteen en la emotiva balada Broken radio pero el cd anda solo: In the modern world , Prisioners of paradise, Tomorrow tonight o la revisión a piano de Bastards of young de The Replacements ... Falta de complejos, cultura rock y nervio escénico.

Jabe Beyer goes to Nashville.

Jabe Beyer goes to Nashville y van... Los escritores de canciones abandona sus cunas familiares y sentimentales y se marchan a la city de la música americana. Ya no tanto como antes. Ya no es como en aquella película de Robert Altman de igual nombre a la ciudad en la que Elliot Gould era una gran estrella de Hollywood y en la que el director, con la mirada feroz (muy lejos está su visión de la música de raíz en The Last Show) ponía un intencionado espejo frente a la industria musical vaquera que por aquel entonces transitaba derroteros verdaderamente bochornosos. Las multinacionales, y también las compañías pequeñas, aún andan ahí con sus divisiones especializadas en sombreros y pedal steel, buscando talentosos compositores cuya sangre poder transfusionar a estrellas apagadas y a modelos jóvenes de voces agradables e intercambiables. Jabe Beyer que viene de Boston, ha sido una pieza importante del engranaje folk-rock de dicha ciudad. Un día se despertó y se dio cuenta de que hacía americana, así que, qué diablos!

En el 2.000 publica Twenty Point Turn, un disco de cantautor vitaminado que arreaba la guitarra acústica como latigazos y que con esa pulsación funk anunciaba varios frentes por donde seguir en trabajos posteriores. En el siguiente, Outback Country Vampire, se reconvierte en una banda celta de centroeuropa en alegre sintonía bluegrass y revestimiento gótico. Ya en el 2004, y con el concepto de grupo afianzado, se publica Drama City, que conoció una pequeña difusión en España, y en el que compacta el sonido folk-rock, incidiendo en ese punk-hilbilly descarriado que apuntaba en la obra anterior ( Honest as pure gold, Crazy Anne Marie) pero sin renunciar a los ambientes brumosos y a los temas más reposados ( Cold Cold Wind, Don´t even blink).

Finalmente y antes de la marcha, llega Where are we going & when do we get there que sugiere de principio un sonido más convencional, más asentado en los patrones del country alternativo pero que se revela poco a poco con sólidas canciones como You can´t see the stars from the inside of a bar o Paradise. Los arreglos, en realidad, no tan obvios y más delicados, arropan unas canciones con un halo lírico de despedida y que permanecen tras varias escuchas como la magnética y bonita imagen que compone la propia portada del disco: un banco vacío e inmaculado, ornamentado con motivos vegetales que no se sabe si espera paciente bajo la ventana a que alguien llegue, o bien asume tranquilo que ya pasó la estación en la cuál pudo ocurrir algo.

www.myspace.com/jabemusic

The Hold Steady: puentes elevados y patatas fritas.

Comulgo con la teoría salvavidas de que el rock es actitud y de que se hace valer más por su fondo que por su forma. Pero se ha hecho un mal uso de esa tesis porque los rockeros se mantienen dentro del circuito y del rollo rock aún cuando dejan de hacer rock.

Luego están esa chorradas con ínfulas: que si ahora grabo con la sinfónica de Bratislava, que si me pongo un sombrero vaquero, que si mi historia es el jazz, que si adapto en versos libres el pensamiento “infrarealista”. Y claro, empiezas a mirar y el rock ya no está por ningún lado. Moraleja: si haces rock no te pongas a decir que haces rock adulto y evitaras suspicacias. En el otro extremo están The Hold Steady, que son una banda de Brooklyn que hasta podría decir que hacen “rock literario” sin sonrojarse. Tienen tres discos hasta la fecha, el debut Almost Killed Me, el conceptual Separation Sunday y el avasallador Boys and Girls in America.

Imaginaros a un tipo de edad indeterminada con pinta de humorista salido del Saturday Night Live de los 80 (es decir, su aspecto tiene más que ver con John Belushi o Steve Martin que con Lou Reed o John Cale). Casi como poseído por un megáfono años 70, vocifera y dispara palabras atropelladas y te abruma con referencias locales y culturales. Detrás de esa voz muchas guitarras, muchos riffs y algunos pianos. Y si, si, Springsteen también pero ellos son The Hold Steady. No te quepa duda de que hacen rock.

domingo, 9 de marzo de 2008

Ash Wednesday.

Hay resignado consenso popular cuando las canciones y la voz se reconocen. Saltan las escamas hasta de los buceadores más duros. Si bien los cortes rezuman clasicismo, lo supera surcando hacia la obra atemporal, bebiendo de las fuentes pero abriendo una senda propia sin importar si se hizo en el siglo XX o en el XXI. Ahora es cuando hablamos de eso de que si se tiene o no se tiene porque Elvis Perkins (el autor) no es más que un primerizo escritor de canciones y sin embargo, su huella parece la de alguien mucho más pesado. El resto es ya condimento y alineo, el personaje y sus trágicos antecedentes familiares, el estupendo diseño del envoltorio, el sello que lo acoge . Ash Wednesday es un reflejo sobrecogedor de la (su) vida y aunque intentes pasar, reclama poderosamente tu atención.

Independientes en la sopa.

Sexo, mentiras y Hollywood, de Peter Biskind, es una crónica absorbente e ilustrativa de cómo se suceden y transcurren los tratos que permiten que la distribución de una película acabe prosperando. También es la historia del “cine independiente” en los Estados Unidos desde finales de los 90 a través del devenir paralelo del Festival de Sundance y de la compañía Miramax. El autor cuenta concienzudamente y arroja reflexiones lúcidas e informadas a partir de confesiones y declaraciones de segunda y primera mano. Se mete en los despachos, se esconde detrás de la cortina, husmea debajo de las camas de las suites de los festivales, te hace testigo y participe de los hechos y sobra decir que colma de anécdotas divertidas y llenas de jugo.

Se me vienen a corroborar tres cosas. Uno: que el Festival de Sundance ya se había aburguesado nada mas nacer y que no sabia como enfocar sus esfuerzos hacia la promoción del cine indie porque no sabia que era el cine indie de finales de los 80. Dos: que al igual que en la música, el cine indie pocas veces trasciende lo que es una etiqueta pues recurre a los mismos recursos que el cine de los grandes estudios para venderse y su funcionamiento, termina recurriendo necesariamente a los cauces mas convencionales. Y tres: que en esto del cine, los directores son resignados sufridores ante la tremenda dificultad que supone dar a conocer una película al mediano publico. Lo raro es que los hacedores de cine aparenten tanta tranquilidad en las promociones y no dejen entrever las ulceras estomacales y espirituales que les deben provocar los cortes insanos de celuloide, los pagos aplazados y las auditorias. En un pasaje, Tarantino, refiriéndose a Reservoir dogs dice algo así como “hice la película para mi y luego, invito a todo el mundo que quiera verla”. Es una buena máxima para el cine indie: la difusión controlada que no dañe la obra.

Recuerdo esos finales de los 80 y primeros 90 cuando en las revistas de cine comenzaba a acaparar papel esas películas con gente menos o nada conocida en escenarios realistas y con argumentos de vocación profunda y cercana. Steven Soderbergh que había dirigido Sexo, mentiras y cintas de video, titulo genial para una película que se aclamaba como un nuevo y refrescante referente para lo que iba a venir, acaparaba la atención de la critica y del público ávido de otras posturas cinematográficas. Mi atención la acaparaba James Spader y su peinado imposible. Desde entonces, Spader comenzó a atesorar peinados imposibles que hacían mas daño a su carrera de lo que su agente debía pensar y yo me convertí en fan confeso y entusiasta de este hombre. Por allí andaban entonces John Sayles, Allison Anders, Spike Lee, Tom DiCillo, Todd Haines o Alexandre Rockwell. A mi me tenia completamente cogido Hal Hartley. En España gozaba de buenas criticas (hasta le dedicaron una noche especial en Canal +) y me resultaban muy atractivos esos escenarios de sus películas, tan americanos y tan baratos. Sus actores eran completos desconocidos y sus historias se antojaban de lo más “modernas”. Ah, lo mejor de todo eran los títulos, Amateur, Simple men o Trust me parecían palabras geniales para denominar películas.

Y así, hasta que vino al indie el cine de género. Primero con John Dahl. La muerte golpea dos veces, Red rock west y sobre todo, La ultima seducción. Eran películas que prometían tanta forma, tantos clichés del genero negro recreados que cuando uno se topaba con la sustancia, era como encontrar oro. La ultima seducción ya caía, creo, por el 94. Allí ya se produjo el advenimiento pleno e inseminador de Quentin Tarantino y las tornas de la industria terminaron por cambiar definitivamente. Un poco antes, el escaso éxito de público y el ninguneo de El ultimo gran héroe supuso una pequeña rebelión germinada en un gran estudio y aplastada en el mismo sitio con un “no te pases de listo”. Quedaban aún muchos años de feliz divorcio entre los contenidos del cine indie y los contenidos del cine comercial, al menos, en lo que al envoltorio se refería. Tarantino, por lo menos, no sólo derramó influencia sino que impuso su peso específico sin preocuparse si hacia un cine desafiante con las producciones tradicionales y coherente con las propuestas de entidad netamente artística.

August and Everything After: Gran Novela Americana.

Se lleva lo de las Deluxe Edition. Generalmente, reediciones empaquetadas con detalle, “remasterizadas” y con el añadido de maquetas, descartes o temas en directo. En éstas, le toca el turno al August and everything after (1993), la magna y reverenciada opera prima de Counting Crows. Se acompaña un concierto grabado en el mes de diciembre de 1994 en Paris. El efervescente disco en directo recoge su debut casi al completo y recupera algún tema previo y algún otro que estaba por venir. Además, al disco original, se suman cinco bonus tracks, el más reseñable de los cuales, es la versión acústica del “himno folk” This land is your land.

Sólo dos discos les bastó a Counting Crows para convertirse en un caleidoscopio recurrente del rock americano. Con August and every day after deslumbraron con un conjunto de canciones de sustrato clásico, sabiamente producidas por T-Bone Burnett que se imponían solemnes con una maquinaria instrumental de mucha pegada, con letras cargadas de referencia locales y sentimentales y con gran ambición rockera. En el 93, el disco quedó algo eclipsado por el sobreradiado Mr. Jones. Con todo, era un disco que contiene muchas CANCIONES y muchos ambientes diferentes - épico, tradicional, recogido e íntimo, eufórico,...- y como todos los de los Counting Crows, concienzudamente trabajado en todos sus aspectos: desde el arte de la carpeta hasta el ultimo arpegio. Adam Duritz, autor y cantante de la banda se erigió aquí como voz personalísima y llena de matices y escritor de canciones a seguir.

Su siguiente obra, Recovering the satellites, ya fue objeto de algún cuestionamiento. Para mi, incomprensiblemente, pues el sonido renovado e irrepetible y alejado de las formas clásicas mas evidentes del August... les llevaba a otros lugares bien atractivos y de cuidada oscuridad. Lo cierto es que su influencia es innegable, y como autores de ese rock adulto y visceral, a la vez que muy generoso en lo musical, no conocen parejo; sí muchos imitadores. Lo tenían (y lo tienen) todo: canciones, músicos excepcionales, un cantante con un feeling único y un empeño en los arreglos musicales que hace que cada disco sea un apetecible banquete sonoro. De momento, y a la espera de la nueva entrega, rememoramos las historias y confesiones empañadas de este August and everything after (indiscutible titulazo, por otro lado).

In our days we will live like our ghosts...


Con The Shepherd’s Dog, regresa Iron and Wine tras el trabajo conjunto con Calexico, más armado en el envoltorio y con un sonido no tan de dormitorio. Lo hace crecido en confianza, con historias como The Resurrection Fern, nombre a la altura de la canción con el que te desentraña tres o cuatro destellos de misterios pendientes. Para escuchar por la mañana o por la noche, antes o después de que averigües esas tres o cuatro cosas que te faltaban o que te sobraban. Las mismas que te apremia decir antes de que termines convertido en un fantasma.

Maxïmo Park: plata imbatible.


Tan desesperados andan los ingleses por encontrar hitos musicales y referentes generacionales que queman a sus bandas jóvenes en un malsano ejercicio mediático totalmente estandarizado y reprochable. Así las cosas, quitando tres o cuatro excepciones, prefiere la prensa especializada tolerar a R.E.M. antes que a James o alabar ostentosamente a Johnny Cash mientras olvidan ignorantes a June Tabor. Con todo, parece que hay bandas y artistas que se sobreponen preservándose del “más difícil todavía”. Quiero pensar en Maxïmo Park, en los que ya se ha abandonado la anécdota recurrente de que si trabajan para WARP (sello de “música electrónica avanzada” dentro del cual, son el único grupo de “pop-rock convencional”) o que si toman el nombre de un revolucionario cubano ( Máximo Gómez), grabando un segundo disco rotundo (descontando el anterior Missing Songs que era un compilado de caras B y maquetas).

La urgencia de un primero que te hacia levantar la cabeza ( A certain Trigger) se mantiene y se afila en Our earthly pleasures, aún más acelerado cuando quiere y más ambiental si se le deja. No es habitual encontrar un grupo de pop que gusten de usar palabras de cuatro y cinco silabas en sus estrofas y tan consecuentes a la hora de hablar y planear su música desde la convivencia y aceptación de su herencia british. A la caza de la intensidad desde la contención y desde la modulación, los de Newcastle, abren todas las líneas con unas canciones memorables y con la ayuda acertada del gran productor Gil Norton (Counting Crows, Levellers...).

Wolfstone: divide y reafirma.


Con Terra Firma, Wolfstone, banda escocesa y referente histórico del rock celta y el folk-rock en general, se renuevan con otro cantante y compositor, con unas canciones que respiran sol, verde y agua en su disco mas completo en años. Lo que hacen, no responde a un plan premeditado e interesado de fusión de estilos sino que bebe de la más absoluta y simple cotidianeidad. En la era de la "información", ¿cómo se percibe a Bob Dylan desde Inverness cuando te hartaste de recitar versos de Robert Burns y de escuchar a Dick Caughan? No se tampoco como reciben el pop de “radio formula” pero de todo queda en las canciones de Terra Firma.

Desde The Half Tail Wolfstone no se terminaban de encontrar, sufriendo en todos los discos la carencia que supone que las canciones cantadas quedaran siempre ensombrecidas por las instrumentales, lo cual perjudicaba sin remedio al resultado final. Stuart Eaglesham era un cantante aceptable pero Ross Hamilton es mejor, y es inteligente por el primero, ceder y limitarse a segundas voces cuando la banda lo requiere. Con el anterior, Almost An Island, se inicia la recuperación pero tocan techo con las tonadas y así, se presenta necesario un replanteamiento: recular, respirar, observar y decidir. La supervivencia del perro negro esta asegurada con este disco de producción saturada pero perfectamente encajada.

9.

El segundo disco de Damien Rice, 9, es continuista pero menos. En este caso parece que una segunda parte del exitoso O era lo que se deseaba pues este hombre no es de los que busquen convencer a los indecisos: con una voz y unas canciones como las suyas, casi que te gusta o no te gusta. No hay aquí, temas tan estilosos como The blower’ s daughter pero la visceralidad, los crescendos confesionales y el romanticismo desaforado prevalecen como siempre. Baste escuchar la primera canción (9 crimes) para quedarse envuelto en un nudo. 9 es irregular pero ante la efigie del impacto que produjo el primer disco, opta astuto por algún giro inesperado en la cadencia que beneficia al conjunto; como el de Coconut skins o el de Me, my yoke + i. Más aguerrido en definitiva, como ese Rootless tree, que no es un intento fallido de introducirse en el magma grunge sino un clásico del folk urbano y un pedazo de sentimiento asilvestrado.

domingo, 2 de marzo de 2008

Seth Lakeman: basado en hechos reales.

Seth Lakeman no estuvo en The Big Session Vol. 1 pero participa de su espíritu renovador. El folk británico no estaba anquilosado lo que ocurre es que estaba mediatizado y aun hoy se continua exclusivamente glosando, una vez tras otra, las correrías de Sandy Denny, Fairport Convention y Richard Thompson. Y hasta se recupera a Pentangle y sus derivaciones. No hablemos ya de The Incredible String Band. En pleno auge del nuevo folk y del weird folk se requería un ejercicio de autoafirmación que llamara la atención sobre la vigencia real y saludable del folk inglés. Y eso llegó con el mentado The Big Session Vol.1, disco aglutinador, seminal pero también esclarecedor y visionario que orquestaron en 2004 Oysterband con la ayuda de nombres consolidados (Eliza Carthy, June Tabor), nuevos refuerzos (Jim Moray) y depositarios de las canciones de ida y vuelta (The Handsome Family).

En Freedom fields (2006) hallamos ese perfil contestatario y combativo por un lado y evocador y romántico por otro. La música, como ocurre con la de Oysterband ya no nos remite necesariamente al pasado pues se ha encontrado la manera de continuar enraizado a la vez que se destapan multitud de puntos de conexión con el presente, no sólo temáticos sino también estilísticos; ahí esta esa insólita reminiscencia del rhytm & soul contemporáneo. Sostenido en una instrumentación acústica y en la transparente y sentida voz de su artífice, Freedom fields es un disco que asume con naturalidad una herencia musical que desde la aldea a la ciudad, ondea ahora no para servir de recreación sino para seguir haciendo.

Grábame a The Shins, Zack.


Resulta, creo yo, que The Shins encontraron un sitio propio, en su caso, una madriguera amueblada y con iluminación y ventilación natural. Oh, inverted world (2001) y Chutes too narrow (2003) eran fantásticos y regenerantes porque presentaban a una banda desprejuiciada y muy suya que lo mismo echaban mano de su acomodo cotidiano que de sus aspiraciones cósmicas. Wincing the night away (2007), con la hábil mano de Joe Chiccarelli ( Beck, U2) es fabulosamente expansivo y colorista.

Después de convertirse en una referencia entrañable en películas como Elizabethtown y sobre todo con Algo en común (Garden state) han fabricado un disco de eco acuático y sesentero, sin linderos, lleno de imágenes inesperadas que respiran entre esas melodías poliédricas e inolvidables. Todo ello, armado con la cautivadora voz de su líder James Mercer, en un primer plano merecido y con esa voluntad melodramática en las letras mas firme que nunca. Si en la citada Algo en común su protagonista se quedaba embobado mientras miraba a Natalie Portman a través de la música de The Shins que va a haer este chico cuando le ponga Australia o Turn on me. Que hagan la segunda parte.

LHR: juego en equipo.

La Habitacion Roja merecen reconocimiento rockero porque en este país tan presto a la distribución por escenas, lo llevas crudo para trascender una fama. Y eso es un hecho pero poco justo. Al margen de ello, me parece el ultimo disco el mejor de todos. Con una portada muy castiza, diría yo, Cuando ya no quede nada te da consistentes motivos para reengancharte o sumarte a la ruta de la banda valenciana.

Nuevamente produce Steve Albini, personalidad que no requiere presentación y “héroe de los bajos”. El sonido es más duro si cabe que el que encerraba su anterior Nuevos tiempos. Se deshacen de accesorios, se condensan y ahí es cuando dan su verdadera medida. En las producciones españolas (y de fuera) hay mucha basura que no deja ver el bosque por eso es tan refrescante este disco en el que se percibe a los instrumentos respirando. Hay cosas nuevas, como esos pasajes instrumentales en alguna canción que no se limitan al conocido crescendo de guitarras. Además, se muestran muy firmes en las letras, conmoviendo de nuevo en el terreno “amoroso” y enrabiando en los momentos socialmente más concienzudos. No quería hablar de tesón pero cuando los resultados son buenos, no queda más remedio. La vida moderna, Hoy, Tened piedad del expresidente o Los amantes y la paz, certifican.

El Singapur desde La Ribera.

Cuando apareció en el mercado este disco grabado en 1994, se pusieron de manifiesto ciertas posibilidades comerciales. Sin embargo, supongo que para desazón de Fonomusic no terminaron de cuajar. En aquél entonces, a los artistas aragoneses los ponían mucho en Cadena Dial, siempre tenían un espacio reservado para ellos. En su momento, recuerdo que ya había sonado Turistas en el paraíso y Los nadadores y daba la impresión de que cada nuevo disco era el “salto definitivo”.

Ángel Petisme, antes de trascender lo habitual para pasar a ser local y mostrarse así universal, rememorando y practicando los signos de identidad aragonesa desde la diáspora o desde Saturno, entregó El Singapur con el que trató de llegar a la universalidad a través de la visceralidad. Este disco no padecía de los achaques de producción de sus anteriores, ligados en exceso a algunos arreglos ochenteros y desacertados, fruto de lo que se estilaba en aquel momento. Quedaba algún resquicio pero en general las canciones siguen sonando frescas y sobre todo, igual de vigentes y emocionantes.

El disco se abría con el tema que daba título al mismo, con cadencias sincopadas y ecos marineros, supone toda una declaración de intenciones, marcando el tono errante y libre de este conjunto de canciones. Y es que el álbum rehuye en ocasiones los meandros líricos, que no estilísticos, a la hora de plantear los temas eternos, tales como la libertad, la rebeldía, la vida en pareja, la emigración, la memoria, el sexo, el amor... Los ríos de venus, una épica canción de amor arropada por preciosistas arreglos y por las voces de Gabriel Sopeña, elevaba el listón hasta lo más alto, tocándolo de nuevo al final del disco con Amor y Cartografía, título también de uno de los poemarios del bilbilitano y canción de cierre maravillosa y rotunda. Mi favorita, también. En ella, de nuevo con la ayuda de Gabriel Sopeña y de algunos miembros de los extintos El Bosque en los arreglos folkies que sacaban lustre, se evocan como poco, odiseas, personajes fantásticos, históricos o inventados y viajes más allá del tiempo y del espacio espoleados por el amor y la memoria.

Aunque resultaba difícil no reseñar el último tema, emocionante también por su singularidad, más canciones destacadas legitiman el empaque de esta obra: la directa Quiero arrancarte una sonrisa, la desgarradora El Paria, con la pulsación de los tambores de Calanda entretejidos con la guitarra eléctrica, o el auténtico hit alternativo Bailando en campos minados, que con gracia y seriedad dejaba paso a la voz de los desheredados y apartados por la sociedad del capital.

Una de las cosas más gratas de Petisme es ese intento constante de invitación al baile, la búsqueda de colores y estilos para sus canciones sin resultar chabacano y sin por ello renunciar a la densidad. Es curioso como se ha convertido en aquello a lo que en la cita de Francis Bacon que se recoge en El Singapur se aludía, o así lo creo percibir, y es que no siempre se es un bufón cuando se hacen bufonadas. Banderas agitadas, platos volantes, cacofonías surrealistas, fetichismo, himnos, leones durmientes, rock mestizo, amores inabarcables, manifestaciones y paraísos de salón. Aunque en principio pudiera pensarse otra cosa, todo tiene sentido y coherencia, como en este disco; porque Petisme siempre te roba algo más que una sonrisa cómplice.

The National: por el título.


Allanado el camino con Alligator, que los posicionó en las “listas serias” del alt-pop rock como una de las bandas de New York más a estimar, ratifican su posición con Boxer, grande: Mistaken for strangers, Slow show o Start a war no admiten enmienda. Discretos y concienzudos, esta gente ha armado un disco sin fisuras, que te llena, te inquieta y te tranquiliza. Doce canciones mecidas en el mismo tono que impone la voz de su cantante, queda y grave, y con un orden en las mismas tan acertado que hasta parece una obra conceptual. Quizá lo sea, hablan de que trata del miedo a perderse y a dejar de ser uno mismo... The National son una banda que sugiere épica y penumbras pero engañan, porque si bien hay todo eso, además de esa decadencia de salón en desuso y anacrónico y a pesar de la portada, ofrecen en Boxer mucha luz y sonrisas sin ironía.

Colabora Sufjan Stevens, que hasta de alguna forma deja su impronta: Racing like a pro o Ada tienen cierto aire suyo aunque es sólo un detalle pues todo queda integrado en la propuesta única y objetiva de Boxer. Por otro lado, los detalles musicales se revelan inagotables a cada escucha en canciones que con pulso firme, avanzan desde el interior al exterior y vuelta a empezar sin problemas, durando lo que tienen que durar. Lo cierto es que este disco se antoja de calado lento pero llega antes de lo que te esperas.

Whiskeytown: alguien recuerda la rosa.


En julio de 2007 se cumplieron diez años de la publicación de Strangers almanac, obra de la banda Whiskeytown y pieza de toque del alt-country de cuando el género estaba a punto de pasar a llamarse americana y comenzar su colonización más allá de las fronteras de los States, germinando no ya en un estilo consolidado sino en una verdadera actitud vital que se alimenta de sentimientos análogos y miradas perdidas al interior del corazón y al final imposible de una carretera.

El alt-country o country alternativo no dejaba de ser también un cajón de sastre donde cabían muchos estilos y enfoques: los valses desolados, el pop de pedal steel, el soul sureño o el rock rural trasplantado a la urbe. De todo ello hay en Strangers Almanac con un Ryan Adams antes de la tormenta mediática, empleado a fondo en la composición hasta obtener un disco que es también y parece que ya es el momento, un referente generacional, al menos, el de unos cuantos.

Strangers Almanac brilla entre las querencia por las raíces reposadas y el rock circunspecto y emocional. La representativa 16 days, la evocadora Houses on the hill, la esperanzadora Avenues, la afilada Turn around o la escalofriante Losering son buena muestra de ello. En aquel momento, la banda encabezaba una cuarta vía, distinta a la iniciada por Uncle Tupelo, The Jayhawks y Cracker, y así, sintomático es que en este disco no colaborara Jeff Tweddy, Gary Louris o Steve Earle sino el también grande pero menos conocido Alejandro Escovedo, quien se recreaba en las canciones dando brío y compartiendo las letanías de ausencias y perdedores convencidos.

Volver.

Vuelve el barrio. El abuelo ficticio de Maestra Vida se las pasaba ahí en el Solar de los Aburridos echándole piropos a Manuela y los hermanos, Serge y David Bielanko, se comían las horas apurando todo lo que se puede hacer en una esquina encajada entre catorce autopistas y un tren elevado. Allí donde Rocky Balboa no es un personaje de ficción y donde Steve Earle es un Santo que vino del campo. Suerte de sincretismo entre el rock heroico de la calle, el soul de los vecinos, el doo woop de un tío lejano de su padre y el folk afectado y enchufado. Pasado un mal trago trasatlántico y liberados de la ingrata carga de ser la última gran banda joven del planeta, regresan sin tener que demostrar nada, sólo por el mero hecho de ser una banda de rock incineradora de garitos. Está bien claro, no es el alcohol sino el arrojo.

The Yards.

El director James Gray propone en The Yards (en España, titulada inexplicablemente La otra cara del crimen, 2002) una historia de indisimuladas resonancias de tragedia clásica en la que la vuelta a casa del “buen hijo” no es el desencadenante sino una excusa para mostrarnos un submundo decrépito que amenaza con devorar a los personajes en cualquier momento del metraje.

La excusa: una empresa dedicada a las redes de transporte haciendo uso de viles tretas y conspirando, por sortear o traspasar las normas de contratación pública con la contribución y la actitud de falsa resignación de la Administración. Vidas desguazadas sin saberlo en una ciudad cercana y reventada por un interés público enfermo, que no ha sabido sobreponerse a las exigencias que impone el lucro particular.

Mención especial merece todo el reparto (Mark Wahlberg, Joaquin Phoenix, Charlize Theron, James Caan, Faye Dunaway y Ellen Burstyn) que encarna tan acertadamente el desencanto que sobrevuela la cinta. El director, según manifestó, intenta trasladar el contenido y sus intenciones a la ambientación, en un interesante ejercicio de inspiración en artistas pictóricos como Edward Hopper, de la Tour, Caravaggio o incluso Goya. Claro está, que con Hopper es con quién más ajusta el resultado, obteniendo esa ciudad sepia que acompaña a los personajes en una trama que avanza dolorosamente en busca de un poco de redención.

Knock Off (1998).

Son muchos los directores que son condenados al ostracismo y a la incomprensión que supone el ser considerado un director artesanal. Resulta paradigmático el caso de los John : Badham, Frankenheimer, Glenn, Mackenzie, McTiernan o incluso Carpenter. Todos ellos, directores que sólo puntualmente son considerados como algo más que competentes técnicos que saben contar una historia con eficacia. Tsui Hark, a pesar de su nombre chino entra por derecho en el panteón de los John pues si un día fue considerado el director indie más prometedor de la camada ochentera del cine de Hong Kong pronto tuvo que ceder ante nombres menos evidentes pero también menos inspirados como Ang Lee. Una de las mejores películas de Jean-Claude Van Damme es suya. Knock Off (En el ojo del huracán) es una estimable historia de espías, mafia rusa y prendas de vestir falsificadas cuya inteligente realización se impone firme al marciano argumento.

La película, que no es un ejercicio de estilo sino una cinta de aventuras sazonada con golpes cómicos, no escatima homenajes al cine de acción de los 80 mientras ofrece un concienzudo trabajo de cómo mover el objetivo y donde colocarlo buscando un sentido a cada plano y siempre en apoyo del ritmo que demanda la historia que se relata. Invito a descubrirla de nuevo pues el cine de género no debe ser menospreciado por su naturaleza cuando el director, siendo consciente del instrumento que tiene entre manos, no se limita a cumplir con el expediente.


El séquito (entourage).


No recordaremos a Mark Wahlberg por su redención artística tras New Kids... o por interpretar a un alter ego de John Holmes sin veneno. Por el contrario, su auténtico mérito dentro de la industria del entretenimiento radica en su papel de productor ejecutivo de una de las series más divertidas de la televisión. Sí, al parecer sabe como poner el dinero y sorprendentemente, se ha visto inmerso en un producto que supera la mera anécdota del “cine dentro de la tele” y de la crítica autocomplaciente del show business para engancharnos con una historia mordaz que sólo aspira a entretener y que de tan pocos propósitos que aparenta se convierte en imprescindible.

“El cine dentro del cine” se halla varado en los 90 y la televisión recoge el testigo con más gracia y con más precisión: Vince Chase es una estrella de Hollywood en ciernes que disfruta con relajo su esforzado ascenso a la fama junto a su grupo de allegados y necesitados. Está el amigo responsable y máximo consejero-confesor, su hermano que es un actor sin suerte venido a menos y el colega aprovechado que también hace su papel.

Magnético el personaje de Ari Gold, ave rapaz de la representación artística con la lengua más afilada del oficio que luce en unos diálogos regodeantes plagados de nombres propios. Además, Drama y Tortuga (el hermano y el colega) son una de las parejas cómicas más efectivas de la tele sin apelar a los clichés y contrastes habituales. La apología del hedonismo y el difícil arte de la “endoreferencia hollywoodiana” en su máxima expresión. Todo ello, con trazo claro y sin mensaje.

Dirt.

Chris Knight, natural de un diminuto pueblo de Kentucky, escritor de canciones e interprete de historias, casi un medium de la clase trabajadora, al menos de la de su región. Llega ahora, con sombras sin disimular, cubriendo su gesto y su voz, y entre los últimos retratos y novelas con las que sobrecoge en su nuevo disco ( Enough rope, 2006), nos ilustra con Dirt. La rabia legítima de la mirada de los que aún están, e intentan no ser enronados entre la maleza vestida de prosperidad. Los ignoran y su voz es un hilo roto y anacrónico; la misma que escuchan con indiferencia y sonrisa torva las administraciones, constructoras, grandes madereras y sus patéticos consortes. En esta canción, Knight no te lo relata, te lo dice, sin ironía que valga, ni pretensiones líricas ni románticas. En primera persona, testigo del expolio de la tierra, de la que se extrae sus últimas gotas de vida antes de que los estertores se revelen por su grietas.

Los árboles ya no merecen consideración y menos las personas. La tierra, no es más que atrezzo, un escenario en el que, de vez en cuando, cuelga alguna bandera, alguna medalla, algún homenaje desmemoriado e hipócrita. “No digáis que no os lo había dicho”. Criando pero ignorado, para ver ahora como unos recién llegados, en consonancia con el Espíritu de los Tiempos y su educación falseada, y con la connivencia de las instituciones, ostentando especulación, la presentan como actos de “inteligencia, solidaridad y trabajo”.

La lucha que desencadena una conciencia o viceversa no se puede parar, se puede manchar, calumniar y maltratar pero te señala con la misma intención acusadora de siempre hasta que bajas la cabeza. Él no sabe si hay respuesta justa a los pecados de los hombres pero, aún siendo el depositario de un legado que ha sido despojado de cualquier tipo de valor, conserva la palabra si la quieres escuchar. Mientras tanto, ellos, categorizan y clasifican el Patrimonio discrecionalmente como medio de solicitar reconocimiento a su sensibilidad despreciable, otorgando crédito a su adoración al dinero. Tienen más herramientas y motivos... ¿Cuántos árboles cuesta un puesto de trabajo? ¿Cuántos sicarios de esas instituciones y de esas constructoras y madereras van a ser condecorados y obsequiados el día que caiga el primer árbol? Knight tampoco tiene la respuesta pero te transmite el hecho.

Por favor, estate pendiente de ello, pues tratan a la tierra de su padre como si fuera basura. Lo que un día hizo, lo que una vez trabajó, es ya polvo y no se distingue de la suciedad imperante. Ahora que la carrera de las ratas ha comenzado, sólo tienes dos opciones: dejarte llevar por la corriente o decidir cuál es tu sitio.