viernes, 15 de agosto de 2008

Cinturon rojo: el arte de la lucha.

Cinturón Rojo (Redbelt) es una rareza tanto para el cine de artes marciales como en la propia trayectoria del guionista, director y dramaturgo, David Mamet ( Casa de juegos, Spartan, El último golpe). Poco tiene que ver esto con las películas chinas de género o con las trasposiciones hollywoodianas con ínfulas de las primeras. Casi tiene más conexiones, al menos estéticas, con cintas de finales de los 70 como Fuerza 7 con Chuck Norris, a lo que contribuye también la música incidental de Stephen Endelman, aparentemente anacrónica pero que se revela muy apropiada al austero y modesto diseño de producción.

Mamet, más preocupado por retratar a un hombre (un luchador en el sentido más amplio de la palabra, real y lírico) en su pelea por conservar su única pertenencia, su integridad, su esencia, nos introduce en un escenario compuesto por una academia de jiu-jitsu y por el contrapunto oscuro de los campeonatos mediatizados y promovidos con afán de lucro sin importar los medios.

Si bien, la película discurre dentro de los parámetros del cine de acción, con contadas peleas, eso sí, sorprende primeramente por la manera sencilla que tiene de mostrar situaciones o escenas chocantes y hasta absurdas con apreciable naturalidad y en sintonía con el comportamiento y actitud del personaje principal, que se esfuerza por mantenerse intacto ante las adversidades personales y ante las económicas, como consecuencia de la mala marcha de su academia. No obstante los conflictos éticos y físicos se nutren también de un artificio confabulatorio entre gente del cine venida a menos y promotores amorales, que en algún momento, casi acercan la historia a otras grandes composiciones del director sobre el engaño como La Trama.

Aún así, a Mamet le interesa subrayar la reacción del protagonista ante el obstaculizado camino al que se somete, ofreciendo sin dobles juegos su esforzado idealismo y su absoluta querencia bondadosa. Ello, que a priori pudiera parecer lo menos atractivo, le permite articular interesantes subtramas como el encuentro entre el protagonista y el actor encarnado por Tim Allen o la relación que entabla el primero con la abogada interpretada por Emily Mortimer, quién ante la pasividad del luchador frente al indigno y reprochable cuadro mostrado por el torneo de lucha y sus mezquinos organizadores, lo despabila en una secuencia memorable y fantásticamente resuelta.

Cordelia´s Dad: What it is.

Cordelia’ Dad, afanoso trío musical de Northhampton (Massachuttets) y tan aficionado a las guitarras lacerantes como a visitar bibliotecas públicas a la busca de viajes tonadas y baladas del siglo XVIII o XIX, rompió su errática pero sincera carrera discográfica con What it is. Tras su arrebato grunge de primeros de los 90, cuando sumaron distorsión eléctrica a semienterradas y crudas historias de colonos y tras su recreación acústica a mediados de la misma década, compilaron en 2001 una serie de grabaciones de 1997 y 1999, que respondían a la semilla que unos años antes, ya habían soterrado al final de la versión europea de su anterior Comet (esa tríada enchufada integrada por Jersey City, Three Snake Leaves y Hush).

Casi todas las canciones estaban firmadas por su cabecilla, Tim Eriksen, quién al final de la vida de la banda, había terminado componiendo como hace tres siglos. De nuevo con la ayuda de Steve Albini y el armazón apretado de guitarra, bajo y batería, daban en What it is una generosa ración de sentimientos desplazados de época que encontraban su referente actual en medio de prolongadas vigilias de cuerdas metálicas y enconados arrebatos rock. Aunque curiosamente, cuando se pusieron a hacer sus propias canciones sin recurrir al acervo tradicional se volvieron más herméticos, no falta en su ultima muesca alguna que otra incursión algo más melódica, como la preciosa Camille ‘ s not afraid of the barn, primer tema de este cierre a recuperar.

15 momentos señeros en la Historia del Rock Celta (1975-2005).

Alan Stivell. E Dulenn-In Dublín (1975). Imbuido de pleno en la estética hippiosa y setentera del folk-rock a la toma pacífica del Estadio Nacional de Dublín, ratificando conexiones culturales entre las naciones celtas y vibrando con orgullo pero sin caspa. Canción: Ha Kompren't 'Vin Erfin?

Runrig. Publicando The Highland Connection (1979) un segundo disco que inicia una leyenda y más de 30 años de Historia Musical en negrita. Rock paisajístico de combate y rescate noble de una lengua que perecía. Canción: Gamna Gealla.

The Pogues. El punk no nace ni se hace sino que se arrastra como puede. La lírica genial de Shane McGowan, el último hombre al que le prestarías tu casa, insuflaba carisma a una banda que ya había visto que la vigencia del rock celta pasaba más por la actualización de la actitud que por la renovación instrumental. Rum, Sodomy & the Lash (1985), brillaba en las grandes ligas del pop haciendo equilibrismos como un beodo. Canción: Dirty Old Town.

The Waterboys. La piedra filosofal y la carta de crédito del género (la única) ante la comunidad indie. Fisherman´s blues (1988) es una obra fuente que aúna en unas sesiones míticas a una brigada de músicos excepcionales bajo el mando iluminado y consciente de un Mike Scott, todavía no reconocido como se merece. Canción: Fisherman´s blues.

Immaculate Fools. La última intentona de arañar las listas de éxito era una pedrada. En The toy shop (1992) estaban cabreados y con un punto amargo, daban los últimos vistazos al camino que se perdía. Pese a todo, las guitarras crujían como nunca en sus airados alegatos contra la ignominia y la estupidez. Canción: Bed of tears.

The Drovers. La banda sonora de la película Blink (1994) contenía tres canciones que eran la máxima expresión de un género efímero. Una fotografía de cuando el rock se legitimó bebiendo de la angustia existencial y juego de similitudes e identidades entre la música celta y el indie. Canción: The boys and the babies/Is Graig here?

Oysterband. Rehacen su cancionero con Trawler (1994). Un disco que reconstruye y actualiza el folk-rock británico, lo urbaniza y lo endurece en pleno fervor antisistema desde las trincheras y desde la oscuridad. Canción: Granite Years.

Ashley MacIsaac. El síndrome de Peter Pan y Leonardo DaVinci en dosis masivas y sin control facultativo. Hi how are you today? (1995) era una pregunta retórica que respondió un álbum después y el disco, una demostración de fuerza con vocación de referente y resultado inapelable. Renovación, entre caprichos guitarreros y electrónicos. Canción: Wing-Stock.

Brigid Boden. Antes de que Madonna se reinventara seriamente, esta mujer publica Brigid Boden (1996) y desaparece con un tratado de música pop que hermana dance y música celta con una naturalidad inédita. Principio y fin de un estilo nuevo en una obra imperecedera. Canción: Spirits never part.

Wolfstone. Con The Half Tail (1996), la banda hacedora de las mejores canciones de rock celta instrumental de todos los tiempos, depura y afila su estilo en una obra de ingeniería sónica de referencia. La precisión rítmica y la contundencia en un mismo habitáculo. Canción: Gillies.

Levellers. Mouth to mouth (1998) era un acercamiento afortunado a la vera del british pop más exitoso sin abandonar el perfil callejero e inquieto de la banda. El rock celta se estiliza con un productor de postín y mucha ambición. Allí donde se tocaban The Clash, The Beatles, Oysterband y Radiohead estaban ellos. Canción: Beautiful day.

The Whisky Priests. Los auténticos hijos del pueblo, de su pueblo. Here comes the ranting lads! (1999) es un testamento en directo construido a base de una honestidad apabullante. Cuando se es tan, tan local, es imposible llegar a ser universal pero el caso es morir en el intento. Canción: A better man than you.

Runrig. Renacimiento. In Search of Angels (1999) es para Runrig lo que para John Travolta fue Pulp Fiction. Tarantino se llama Bruce Guthro y no se mira en ningún espejo cuando canta. Nunca una voz luminosa y feliz había transmitido tanto en tres segundos. Canción: Maymorning.

Carlos Núñez. En Os amores libres (2000), el gaitero hace saltar todas las bancas. Experto buscador de conexiones, virtuoso y aglutinador de personalidades contrapuestas deja constancia de lo que la música celta fue y será. Y más aún de lo que pudo ser, que se hace presente en este disco con la ayuda de gente como Mike Scott o Liam Ó Maonlaí. Canción: Raggle Taggle Gipsy.

Dropkick Murphys. En The Warrior´s Code (2005), se hacen adultos y se adulteran para bien con la furia controlada pero más visceral que nunca. Las palabras de Woody Guthrie son una plegaria desgañitada cuyo eco permanece en todas las esquinas de Boston. Canción: I´m shipping up to Boston.

Bellwether: fields in the bedroom.


Bellwether, formados, aparecidos y radicados en la ciudad de Minneapolis (hay alguna que otra banda que participa de ese nombre) son, a pesar de la red mallada del myspace un ente que puede desaparecer o volatilizarse en cualquier momento y cuyo rastro virtual se limita a pequeñas muescas dejadas en estudios de grabación de provincias y a un último y genial disco publicado en el sello holandés Rosa Records. Son como el increíble hombre menguante del country alternativo. Eric Luoma y Jimmy Peterson, con el añadido de Mick Wirtz desde el tercer disco y un ocasional Phil Tippin han movido esta banda que ha terminado por recluirse sin remisión en su laboratorio musical.


Su primer disco, titulado Turnstiles data de 1998. Si bien ofrecía buenos cortes (King of the meantime, One more time), no dejaba de ser un acercamiento rendido a los trabajos de Uncle Tupelo o Jayhawks. En 2000 publican un segundo disco titulado como el nombre de la banda que, abriéndose con la irresistible 8th street, ya permite presumir cierto interés en minar las formas que les condicionaba hacia la copia estéril para centrarse en intentar nuevas vías por las que desgranar su propuesta. Sin embargo, los esfuerzos y planteamientos de Bellwether no cristalizan hasta Homelate (2002) donde ralentizan los ritmos y comienzan a imprimir a sus canciones esa patina casera y perezosa que las hace absolutamente reconocibles. Igualmente, este disco contiene temas más que notables, caso de Dim light, Croked Heart o Shallowing, que es ya una advertencia de lo que vendrá después y una liquidación de la deuda que mantenían con la precitadas bandas.


El siguiente, Seven and six (2004) destapa un planteamiento personalísimo o la manera de encontrar pepitas de luz en la desolación de una habitación cerrada y sin vistas. Half life, This time, I tought that you were dead son sólo tres títulos de los que contiene este disco excepcional, reposado y de autentica atracción cinemática que trasciende los géneros para dar un nuevo toque a la recreación de la música de raíz americana desde la sencillez de un pequeño estudio de grabación. Para el siguiente y ultimo The stinging nettles (2006), la banda parece que entreabre las ventanas. De la contemplación tranquila del papel de pared pasan a vislumbrar el exterior, alguna flor asoma. Las canciones, refrescadas tras una lluvia prolongada, parecen asomar tras un profundo letargo. There where days abre un disco magnético y acogedor, que retoma la electricidad de trabajos anteriores pero integrándola en particulares arreglos de guitarra y teclados que aportan a las canciones ese aire ensoñador y relajado. Come out walking cierra la obra con un soplo acústico, reconfortante y consciente que te da la justa medida de cual es el estado e intenciones de esta banda de vocación inequivocamente melancólica pero animosa a pesar de todo.

El funk de los blancos.



La Liga de los Celtic-Rockers prevalece. Se levantan de sus tumbas estrechas de trip-hop, world music, punk redneck y piano pop para reclamar lo que fue suyo en un pasado inmediato y deshonrado. Último aviso para los eternos perdedores de trenes: Van Morrison nunca estuvo allí.

Avería y redención # 7.

El último disco de Quique González, ahora con el añadido al nombre de su banda de gira ("La aristocracia del barrio") parece que anuncia aires reiterativos desde el título. Aunque no lo hemos leído antes, casi nos recuerda a ese rollo polvoriento de carretera y manta. Eso es quedarse en la nata. Una mirada algo más atenta amenaza con lo de “obra de madurez”. Tampoco. Además es un poco largo (17 temas). Eso sí. Con todo, se desenvuelve más seguro con ese sonido americana. Ello, le permite hacer cosas como Hay partida, Nos invaden los rusos o Trucos fáciles para días duros, sin que se note nada encorsetado. Los demás calificativos creo que le hacen más bien que mal, porque por otro lado, no hay consciente busqueda de madurez ni reiteración, sino asunción natural de su mezcolanza de referencias y de sus señas de identidad. Por ejemplo, Towns Van Zandt como totem espiritual y Wilco para las aspiraciones formales. A los que se echan las manos a la cabeza, se les pediría que reparasen un poco. Con sus aciertos y errores, creo que este el disco en el que se le escucha más libre.

El día de la madurez.

En 2005, Ben Lee nos dio una sorpresa tan grata como entrañable con aquel Awake is the new sleep. Un disco de sonido sencillo y recogido pero también evocador, animado y abierto. Un puñado de canciones confesionales, con sombras y salidas al sol que contaba además con algunos hits inapelables. Ahora, este australiano con pinta de despistado, regresa con Ripe, en plan eufórico y con el sonido robustecido a base de un acompañamiento más “rockero”. El comienzo es arrollador con ese Love me like world is ending y American televisión, canciones representativas de su estado vital pero que, de alguna forma, hasta le exponen a malentendidos. Y es que no es un “songwriter” dispuesto a todo para obtener el éxito comercial ni gasta una pose torturada. Tiene muchos “principios sentimentales”.

Hay que decir que el disco no mantiene el mismo nivel durante todas las canciones, ni de entrada genera esa sensación de estar ante una obra pop singular, que si que ofrecía el anterior. De hecho, se queda muy lejos del citado Awake... A pesar de ello, su escucha es adictiva y tras varios repasos, la valoración es la de estar ante una grabación con algunos buenísimos temas y con más caras de las aparentadas, con apreciaciones divertidas e irónicas, declaraciones apasionadas y algún retazo sombrío para que recordemos que no siempre, tras mucho esfuerzo, se consiguen las cosas que se quieren. Eso si, en tal supuesto, B.L. aboga por hacer acopio de paciencia e intentarlo de nuevo.

Hold on hope.

Scrubs. La mejor serie de hospitales y médicos se llama así, Scrubs y es también la mejor telecomedia sin risas enlatadas desde Sigue soñando (Dream on), aquella en la que un editor que ha pasado su niñez casi hipnotizado por la tele, relaciona todos los momentos personales de su vida con secuencias e imágenes de viejos seriales que intercala en sus vicisitudes diarias.

Scrubs (emitida por Canal + y con la primera temporada editada en DVD), en formato de 25 minutos, sigue la pista a J.D., un interno de un hospital, aficionado a la voz en off y al grupo de personas con las que comparte trabajo y aventuras personales: su mejor amigo que es un cirujano egolatra, la novia de éste que es una enfermera mandona, su eterna compañera que es una interna insegura y uno de los jefes, que es una especie “mentor a la fuerza”. Visto el tono y resultado, nos viene a ratificar también que no siempre el hiperrealismo es la mejor manera para hallar la veracidad en una obra de ficción y que el humor, en cambio (recordemos M.A.S.H.), si que es la mejor manera para conectar al público con la tragedia evidente que, por otro lado, no requiere ser subrayada.

Plagada de humor absurdo y de escenas surrealistas interaccionando con las presuntas “secuencias reales”, la gracia está en el conjunto formado por los personajes principales, esos secundarios memorables como el conserje psicótico y el abogado depresivo, la variedad que proporcionan las historias de los pacientes y unos guiones más que ocurrentes, divertidísimos y que funcionan mejor que cualquier libro de autoayuda, pues la serie no disimula su intención moralizante y aunque exhibe cierta amargura en algunos momentos, el mensaje es eminentemente positivo, como el de esas canciones que acompañan muchas de las secuencias finales en las que el protagonista, haciendo balance de lo “aprendido” por él y por cada uno de sus compañeros, se da cuenta de que si bien, quizás ha captado la moraleja, quizás también ha perdido algo para siempre.

Echo: Salir al sol


Esta gran obra de 1999, resulta acogedora y abrumadora con esas canciones acolchadas que se desbordan y crecen allá donde las dejan escapar. Porque Echo es como una gran fanfarria de rock americano y como una procesión de animales heridos en pleno rito de cicatrización. Rick Rubin, los apelativos mayestáticos se los tiene bien merecidos aunque sólo sea por este, ayuda a Tom Petty & the Heartbreakers a estilizar esta sucesión de pasos, obteniendo un sonido clásico y poderoso que confiere a este artefacto ese halo de disco esencial y estructural en la carrera de sus autores. Ante el letargo que pueden producir cosas como el posterior The Last Dj o para quienes se quedaron en el Petty de los 80, conviene recuperar o descubrir este Echo y abrazar su liturgia pagana seguros de sus propiedades sanadoras.