sábado, 30 de julio de 2011

Lorenzo 1999 Capo Horn.



Lorenzo Cherubini, alias Jovanotti, es un músico italiano, incansable explorador y trabajador del rock, del funk, del hip-hop y de todos aquellos géneros que sirven para dar forma a su pop heterogéneo, humanista y universal. En los años 80, alcanzó el éxito como un anticipo frívolo de sí mismo, servido para adolescentes y con cierto recorrido incluso por España. Después y resumidamente, vino la conversión a Public Enemy en forma y contenido, al funk setentero y a una conciencia evolutiva inédita en cualquier otra estrella juvenil de su condición. El éxito comercial, le continuó acompañando y hoy, se mantiene consciente en los escenarios italianos y de parte de Europa, además de disfrutar de un estimable halo de prestigio internacional que le ha reportado algunas colaboraciones de interés y apariciones en discos y conciertos colectivos, muchas veces ligados a causas solidarias y de agitación social, además de perderse de vez en cuando en notables experimentos libres y apatridas como “Roma” o el reciente “Oh Yeah”.

De Lorenzo no hay disco malo, pero la adrenalina y el asombro que inyectó su obra de los 90, cuando cada publicación fue una revelación y cuanto menos un revulsivo, se guarda todavía como un cuerpo de trabajo único, frondoso y repleto de territorios vírgenes descubiertos y coherentemente preservados para los años venideros porque si bien estos discos le han allanado el camino y permitido hacerse con muchos lenguajes posteriormente utilizados con solvencia, no los ha perpetuado, ni autoexpoliado sino que ahí quedan indemnes como vigentes retratos de su periplo vital. El llamado “1999 Capo Horn” cierra el siglo y aguanta sobre sus surcos digitales todas las incertidumbres y esperanzas que se manifiestan con el Cambio de los Tiempos.

Lo ubicamos detrás de Lorenzo 1997 L´Albero, un disco deslumbrante, curioso y preocupado por lo que ocurre en su barrio, a la par que en los países más desfavorecidos, armado a base de funk negrísimo y deconstruído y de briosas descargas afroamericanas que emparenta promiscuo con la vertiente más melódica de su tierra. Es una suerte de afro-pop deslenguado y con genio, anticipo de Vampire Weekend o Animal Collective o de toda la resurrección del Afrobeat y de congoleños electrificados. La exhuberancia de 1997, dará paso en 1999 a una contención y a una síntesis musical que es una reacción pero también un remanso cosechado de nuevos aires más fácil de digerir que su precedente. Capo Horn es reflexivo pero también inconsciente, hermético pero también accesible a todo público. Representa una sonoridad sintética y orgánica irrepetible, orgullosamente mediterráneo pero reconocible en todo el orbe.

Las canciones están escritas en la Patagonia o en el Sahara pero también en la Cortona y en Milán y como la portada del disco parece sugerir, no son más que los mensajes de un hombre siempre asombrado, que experimenta de la misma manera un paseo hasta la frutería de al lado de su casa como un viaje a la urbe más superpoblada del planeta. Capo Horn arranca con Per Te y el intimismo sinfónico de una canción dedicada a la hija que acaba de nacer, contiene también algunas de sus “canciones románticas” más celebradas, la rendida Un Raggio Di Sole y la fabulosa Stella Cometa pero también hay temas agitados que claman por la necesidad de la disidencia, levantados sobre un sonido grave y seco como Funky Beat-O, Non C´e´Liberta o Dal Basso, esta con el apoyo vocal del entonces amenazante Michael Franti. En catorce cortes hay también remotas trasposiciones de El Principito como Tutto Puo´Succedere o desvaríos cósmicos de hip hop mutante como La Vita Nell´Era Spaziale. Y más, vueltas vespertinas con swing soleado, consignas de electro tribal y muchos versos, listas y apuntes recitados sobre bajos, baterías, sampleados y programaciones.

Capo Horn registra a pesar de ese eclecticismo un sonido compacto e identificable en cada una de sus canciones, un vehículo que cristaliza un manejo sobrado del pop italiano de siempre y la mejor música afroamericana. Hay aquí un envoltorio sonoro que se mezcla y confunde con las palabras en un viaje al presente, el de 1999, que ofrece también vistas a un futuro que no ha existido o mejor, que todavía no ha ocurrido. Es también, un álbum de viajes local y global, hecho con un objetivo integrador que celebra la diferencia como instrumento de comunicación y que aún con todas sus ambiciones y observaciones alucinadas, se reconoce sincero en sus limitaciones y se exhibe humilde ante los cambios que se suceden, casi siempre, sin posibilidad de controlarlos o comprenderlos pero con los buenos presagios como deseo.


domingo, 10 de julio de 2011

Oh Tall Tree in the Ear.



Además del título de un disco de Elliot Smith, Roman Candle, es hoy el nombre de una banda de North Carolina que desde 1997 vienen facturando estupendas canciones entre el pop y el rock americano de influencia más o menos indie. Hasta el momento Oh Tall Tree In The Ear – titulo ilustrado tomado de Rilke, el poeta – es su último y mejor disco, unas canciones de aquí y ahora, rotundas y ensoñadoras también. Why Modern Radio is A-OK, They Say o Woke Up This Morning son ejemplos de pop superlativo, canalizado a través de muchas guitarras y de un teclado que no es mero acompañamiento sino un hábil interlocutor de esa voz inflamada y despejada que comanda todas las canciones. Un disco de luces y de vistas, con una melancolía combatida y disfrutada a base de paseos matutinos y excursiones de verano.

4 Aces.


A través de Texas Tornados, descubrí el Tex Mex, y estreche lazos con mucha música americana mestiza, apasionante organigrama de vasos comunicantes. Cuando salió este disco, allá por 1996, había paladeado las alegrías que proporcionaban esos estilos que discurrían caudalosos entre Texas y México y que hace ya muchos años, se habían venido encontrando felizmente con el rock and roll. Los Texas Tornados eran una auténtica all star del género, con cuatro nombres representativos de la mejor herencia tejana: Doug Sham, Augie Meyers, Flaco Jiménez y Freddy Fender. En 4 Aces, se reivindicaban como históricos del sonido de la frontera y tras una portada que es casi una película de Walter Hill y que me encanta, presentaban doce canciones, cuidadosamente arregladas y con ayudas ilustres – Jim Dickinson, Ry Cooder, Rosie Flores – llenas de épica de Río Grande, humor tasquero y country regional. Perfecta fotografía de un “tercer país” que vive bajo los radares y que no conoce más fronteras que los ríos y los desiertos.