domingo, 30 de octubre de 2011

An Appointment with Mr.Yeats.





El hecho de que Mike Scott, trabajando bajo la marca The Waterboys, ya hubiera manifestado musicalmente su admiración por el poeta y dramaturgo irlandés William Butler Yeats, presagiaba cierta indiferencia ante el anuncio del lanzamiento de An appointment with Mr. Yeats. Pero no tanto porque las últimas entregas de The Waterboys fueran deficientes, al contrario, en Karma to Burn se reivindicaba un directo poderoso y en Book of Lighting, con sus altibajos, ofrecía un balance notable en canciones y en producción. Las dudas iban más por el tratamiento que las adaptaciones iban a tener, pues un rutinario argumento acústico parecía una de las opciones. Ahí no se contaba con el hecho de que Mike Scott encontró en Yeats a un colaborador, antes que a un vetusto escritor al que rendir pleitesía. Con su relación con el mito perfectamente normalizada, no duda en reunir a una banda heterogénea con paradas en varias generaciones. Por supuesto está el violin de Steve Wickham, pero también la clase a los vientos de Kate St. John, o la formidable y perturbadora voz de Katie Kim. En definitiva, una nutrida selección de músicos que le brinda a Scott unas posibilidades y una confianza de la que carecía desde las sesiones del Room to roam. An appointment with Mr. Yeats explora un sonido reconocible rebuscando en el mejor legado de The Waterboys pero sin remilgos, con la magnética voz de Mike Scott sumando logros expresivos a base de robustas canciones y dotando a la iconografía celta del escritor de un agradecido armazón eléctrico. No estaría mal ver en las listas títulos aparentemente extemporáneos como The Hosting Of The Shee, News For The Delfic Oracle o An Irish Airman Foresees His Death. De hecho, temas como Sweet Dancer o la adictiva Politics son verdaderos himnos pop, y como tales, capturan vivos los vientos que se filtran en estos tiempos nuestros. Exactamente, lo mismo que hacían The Waterboys hace más de veinticinco años.


Las cenizas.





Siempre al borde de convertirse en caricatura de los peores tópicos del rock and roll, Ryan Adams estaba acorralado. Desde hace diez años produciendo discos que son recibidos con desgana, aunque también con cierta tolerancia y es que cualquier mínimo acierto se tendía a interpretar como una vuelta en condiciones. Al final siempre ganaba el pulso, logrando que la crítica participara complacida de su desorientación, alabando sus días buenos, cuando extraía oro de sus derrotas y de su aparente inseguridad. Ahora se revela con un video bonito y extraño sin aparente hilo argumental. Una canción que es un encomiable ejercicio de síntesis y que no defrauda.