La música de Cali (alias de Bruno Caliciuri) es un auténtico festín. Este hombre, perteneciente por maneras y por edad a la corriente que renueva la vigencia de la chanson francesa insuflando la modernidad justa al clasicismo, al igual que Yann Tiersen, Vincent Delerm o el referente Dominique A, satisface sin empachar. Convenció con un primer disco arrebatador, ( L´amour parfait, 2003) posiblemente el mejor de aquel año, con el segundo globalizó su concepción del pop con éxito ( Menteur, 2005) y con el tercero, que es un directo (Le bordel magnifique, 2006), ratifica su aceptación popular en un concierto brutal. Ahora, quedamos expectantes ante uno nuevo que se anuncia con la icónica colaboración de Mike Scott.
Sus canciones, impregnadas de una pasión no disimulada y arregladas, siempre con un cuidado primoroso, resultan la perfecta síntesis entre ese rock épico impulsado por violines y cuerdas y la tradición de la canción europea, atesorada a través de esos grandes interpretes belgas, franceses y mediterráneos. Cali es un megalomelomanomaniaco y un motivo para disfrutar de la música.
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