El último disco de Quique González, ahora con el añadido al nombre de su banda de gira ("La aristocracia del barrio") parece que anuncia aires reiterativos desde el título. Aunque no lo hemos leído antes, casi nos recuerda a ese rollo polvoriento de carretera y manta. Eso es quedarse en la nata. Una mirada algo más atenta amenaza con lo de “obra de madurez”. Tampoco. Además es un poco largo (17 temas). Eso sí. Con todo, se desenvuelve más seguro con ese sonido americana. Ello, le permite hacer cosas como Hay partida, Nos invaden los rusos o Trucos fáciles para días duros, sin que se note nada encorsetado. Los demás calificativos creo que le hacen más bien que mal, porque por otro lado, no hay consciente busqueda de madurez ni reiteración, sino asunción natural de su mezcolanza de referencias y de sus señas de identidad. Por ejemplo, Towns Van Zandt como totem espiritual y Wilco para las aspiraciones formales. A los que se echan las manos a la cabeza, se les pediría que reparasen un poco. Con sus aciertos y errores, creo que este el disco en el que se le escucha más libre.
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