miércoles, 12 de agosto de 2009

Ballads of the Book.

Este disco celebra las diferencias entre la canción y la poesía. El pop y el rock como útiles universalmente compartidos sirven para reproducir, recrear o reinterpretar versos de diversas voces escocesas en un vivo retrato del mundo que tenemos a través de sus preguntas esenciales. La idea germinó cuando Roddy Woomble, cantante de la banda Idlewild aúno fuerzas con el poeta Edwin Morgan al objeto de musicar algunos de sus escritos. Partiendo de allí, se fue interesando a diversos artistas, escritores y músicos, hasta completar una ecléctico clan que transportado por unas letras poderosas reubica los contornos del folk y del indie hasta perder el rastro. En Ballads of the Book hay melodías casuales y extrañamente cercanas, himnos devastados de fin de siglo, orgullosa ortodoxia celta, trotes beodos y fantasmales o ensoñador bucolismo. Está James Yorkston, Aidan Moffat, Sons and Daughters, Malcolm Middleton o los citados Idlewild, entre otros. Un recopilatorio singular y enormemente disfrutable.

domingo, 2 de agosto de 2009

Civilians. Joe Henry.


Productor de qualité, compositor, interprete, además de cuñado de Madonna (la anécdota obliga), Joe Henry es ante todo, un entregado operario, siempre concienzudo y preciso a la hora de organizar los medios al servicio de una causa mayor como es el disco o la canción, ya sea para otros o para sí mismo. Pendiente de su nueva entrega, apunto de aparecer, reparo ahora en Civilians, extraordinario conjunto de canciones impregnadas de ese ambiente en blanco y negro que ofrecen las fotografías antiguas que acompañan el arte del envoltorio y en el que Henry, con cierta voluntad literaria ilumina con una equilibrada e irresistible solución de jazz, folk, country y blues. Las mejores esencias de la gran música americana sabiamente dispuestas para uno de esos discos que hacen compañía y en el que, pese a la fuerte personalidad que irradia, no ensombrece la calidad de cada una de sus canciones. Y es que, aunque arropado por instrumentistas de la talla de Bill Frisell o Jay Bellerose, no hay lucimientos a costa de rodeos innecesarios o ejercicios vacíos de contenido que desvíen la atención de las palabras o de las melodías. Por otro lado, Henry es exactamente como parece, sin ser un gran cantante, se hace cercano y se hace entender, tal y como se pudo comprobar durante su reciente visita a Zaragoza, donde su afabilidad y oficio potenciaba el disfrute de unas canciones, siempre atemporales y siempre portadoras de un sano misterio.