domingo, 27 de diciembre de 2009

Lo mejor de 2009.


En las selecciones que mis amigos han grabado con lo mejor de 2009, afortunadamente, no siempre correspondiente con el año que termina ni con los estilos que primaban, hay de todo bueno para envalentonarse y relajarse en estos días navideños: la reconfortante ligereza de Miss Kittin & The Hacker, Manowar echando mano de una melodía que te trae lo mejor de Todd Rundgren y Brian Wilson juntos, el porno alimenticio y desbocado de Luke Vibert, el puñetazo minimalista de Carly Comando, el soul orgíastico y procesado de Basement Jaxx con Eli Paperboy Reed, los arañazos maqueteros de Dropkick Murphys en el mejor homenaje posible a W. Guthrie, la vida nueva de Rancid vigilando desde la Torre, los pasos sanadores de Fever Ray, el beat-emo-peplum de Telefon Tel Aviv, el contoneo robotico de Zombi Nation o el abrazo de Johnny Cash y Joe Strummer; este año, más que nunca entre nosotros.

Post Electric Blues.

En 2009 regresó la banda escocesa Idlewild y lo hicieron con un disco que se ha convertido en mi favorito del año. Con el sugerente título de Post-Electric Blues han autogestionado una colección de canciones que destacan por su frescura y por adoptar quizás unas estructuras más abiertas de las que nos tenían acostumbrados. Hay una nueva mirada a la identidad musical más tradicional de su país pero de un modo distinto al anterior, Make another world, donde en algunos momentos insertaban melodías de reminiscencias folkies a los aparatos eléctricos que construían. Aquí, el acercamiento es más despreocupado y así, más inesperado el resultado. Resulta dificil destacar algún tema pero Younger than America, Circles in stars o Take me back in time son significativas de esto que se describe.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Ballads of the Book.

Este disco celebra las diferencias entre la canción y la poesía. El pop y el rock como útiles universalmente compartidos sirven para reproducir, recrear o reinterpretar versos de diversas voces escocesas en un vivo retrato del mundo que tenemos a través de sus preguntas esenciales. La idea germinó cuando Roddy Woomble, cantante de la banda Idlewild aúno fuerzas con el poeta Edwin Morgan al objeto de musicar algunos de sus escritos. Partiendo de allí, se fue interesando a diversos artistas, escritores y músicos, hasta completar una ecléctico clan que transportado por unas letras poderosas reubica los contornos del folk y del indie hasta perder el rastro. En Ballads of the Book hay melodías casuales y extrañamente cercanas, himnos devastados de fin de siglo, orgullosa ortodoxia celta, trotes beodos y fantasmales o ensoñador bucolismo. Está James Yorkston, Aidan Moffat, Sons and Daughters, Malcolm Middleton o los citados Idlewild, entre otros. Un recopilatorio singular y enormemente disfrutable.

domingo, 2 de agosto de 2009

Civilians. Joe Henry.


Productor de qualité, compositor, interprete, además de cuñado de Madonna (la anécdota obliga), Joe Henry es ante todo, un entregado operario, siempre concienzudo y preciso a la hora de organizar los medios al servicio de una causa mayor como es el disco o la canción, ya sea para otros o para sí mismo. Pendiente de su nueva entrega, apunto de aparecer, reparo ahora en Civilians, extraordinario conjunto de canciones impregnadas de ese ambiente en blanco y negro que ofrecen las fotografías antiguas que acompañan el arte del envoltorio y en el que Henry, con cierta voluntad literaria ilumina con una equilibrada e irresistible solución de jazz, folk, country y blues. Las mejores esencias de la gran música americana sabiamente dispuestas para uno de esos discos que hacen compañía y en el que, pese a la fuerte personalidad que irradia, no ensombrece la calidad de cada una de sus canciones. Y es que, aunque arropado por instrumentistas de la talla de Bill Frisell o Jay Bellerose, no hay lucimientos a costa de rodeos innecesarios o ejercicios vacíos de contenido que desvíen la atención de las palabras o de las melodías. Por otro lado, Henry es exactamente como parece, sin ser un gran cantante, se hace cercano y se hace entender, tal y como se pudo comprobar durante su reciente visita a Zaragoza, donde su afabilidad y oficio potenciaba el disfrute de unas canciones, siempre atemporales y siempre portadoras de un sano misterio.

viernes, 10 de abril de 2009

Who knows where the innocence goes?



Recientemente Counting Crows han anunciado en su página web que abandonan la “multinacional” que les ha amparado durante sus dieciocho años de carrera. De esta forma, aunque todavía no saben como, continuaran presentando y distribuyendo su música por otros medios y ya fuera de los estrictos cauces de una gran compañía. Se cita en este memorandum de ruptura a otras bandas que compartieron sello tales como Nirvana, The Posies o Sonic Youth y lo cierto es que, patente la diferente manera de comprender la música y el negocio por todas ellas, no se le puede negar a Counting Crows un compromiso con lo que les movía y querían hacer en cada momento a pesar de que, evidentemente, no siempre acertaran. Cada disco ha sido y es un planteamiento único y reconocible dentro del hilo argumental de su trabajo y en el año 1996 fabricaron mi puerta de entrada, Recovering the Satellites, el de envoltorio verdoso. Turbulencias líricas arropadas por unas guitarras especiales que eran pletóricos arañazos intentando poner orden en tanta oscuridad. La glamourosa balada Long december fue uno de sus grandes éxitos pero aquí recupero Angels of the silences (en una grabación del programa del simpar Jools Holland), la que me convirtió. La primera canción de apertura que ocupaba el track dos tras el inolvidable desperezo de Catapult. Al final, lo vieron en su Greatest Hits y entonces comprobamos porque estaba tan claro que debía ser la segunda canción del disco. Suck my blood.

Avida Dollars.

Me encanta lo nuevo de The Unfinished Sympathy; aunque se advierten enseguida qué discos van a perdurar en la estantería, a no todos se les concede la gracia de pernoctar indefinidamente en el reproductor. Ajustado minutaje, estupenda secuenciación de canciones y nutritivas letras y melodías.

Socorría el argumento de que las bandas españolas debían escorarse o dejarse filtrar por las influencias autóctonas y los efluvios sureños o mediterráneos para competir en igualdad de condiciones con las bandas foráneas. Y así, se encontraban multitud de ejemplos de gente del pop y del rock que atrapa canciones memorables con un matiz melódico o con un aire que es claro que un inglés o norteamericano no podrían darle sin antes haber estudiado mucho. Sin perjuicio de ello, es cierto también que las bandas de aquí, y también las que cantan en inglés se benefician de un componente de “ajeneidad”, una distancia, cultural y geográfica, qué no sé si es lo que hace que logren esa concisión y esa concentración que se logra por ejemplo en este Avida Dollars. Canciones como Continental Drift, Girl you don´t have a heart o por ejemplo, la que titula el disco, te remueven por dentro, a la par que constituyen contundentes y decididas respuestas melódicas a la apatía de siempre.

domingo, 8 de marzo de 2009

Dark Was The Night.

Red Hot Organization es una asociación que desde principios de los 90 viene trabajando con el fin de recaudar fondos, concienciar e informar sobre la gravedad y presencia del virus del sida y sus afectados. Y lo venía haciendo mediante la publicación de discos recopilatorios que reunía generalmente canciones grabadas para la ocasión bajo un movimiento musical, concepto o estética común. Es por ello que no son compilados al uso sino misiones de cierta ambición si ya se atiende a la seriedad con las que se seleccionan y contribuyen sus participantes.

De los que he podido escuchar algunos son sólo correctos como el dedicado a las canciones de George & Ira Gershwin (a pesar del deslumbre de su plantilla) y otros entretenidos y hasta indispensables como los relativos al “movimiento de rock latinoamericano” o el que albergaba lo más nuevo de las propuestas lusofonas. Ahora, la serie se recupera con Dark Was The Night, el cual, obedece a una selección estratégicamente confeccionada que reúne unas cuantas canciones inolvidables en un generoso retrato del indie norteamericano.

Con la dirección artística de los hermanos Dressner (los gemelos de The National) llaman a filas a veteranos del “alternativismo” como David Byrne, Kronos Quartet, Stuart Murdoch o Yo La Tengo, jóvenes clásicos de la Gran Canción Americana como Sufjan Stevens, Conor Oberst, My Morning Jacket o Cat Power y laureados y dignos continuadores de la tradición independiente como Beirut, Arcade Fire, Grizzly Bear o Bon Iver. Y lo dicho, aquí hay un montón de música imperecedera y como ejemplo, el dueto que se marcan Ben Gibbard (Death Cab For Cutie) con la cantante Feist o la “canción río” que regalan The Decemberists.

jueves, 5 de marzo de 2009

Teach me how to shine.



Una guitarra perezosa marca la pauta en esta canción frágil antes de que asome la voz contenida de Glen Hansard. Luego, un paso lento a punto de quebrarse en cualquier momento y hasta cuando se derrama la electricidad, con sumo sigilo. Un viaje hasta la playa retenido o rememorado dentro de este artefacto atemporal donde destacan esos paisajes urbanos acogedoramente decadentes y el paseo relajado de sus protagonistas; quienes, ante la confusión y apatía reinante, pretenden trascender buscando respuestas por medio de una suplica a una estrella que se me antoja de cartulina. En Dance the devil.. (1999), The Frames y antes de liberarse completamente con su siguiente disco, entregaban clásicos de su repertorio como Star Star, que no detiene el tiempo pero que siempre logra perdurar.

sábado, 28 de febrero de 2009

Draw the courtains.


Aunque cuando me hice con este disco supe que me encantaba tras la primera escucha, erré al pensar que pecaba de sonar un tanto convencional y que quizás, un acabado algo más sucio y aguardentoso podía hacerle muy bien. Pasaban los meses y en momentos de bloqueo selectivo terminaba recurriendo a este Draw the curtains, así que al final tuve que asentir al ver como la habían colado. Eran diez canciones sobresalientes, que saltando entre el mejor american rock, el folk y un agradecido soul blanco pasaban del pellizco al arañazo en menos de un estribillo. Y todo, gracia y cortesía de unas prendas musicales ajustadas y de inmejorables acabados y por supuesto, de la voz del nashvilliano Will Hoge, aliento lleno de pliegues y bálsamo para los oídos.