domingo, 20 de febrero de 2011

The King is dead.


Las copas de los árboles recortadas con el cielo abierto y el título, The King is dead, avanzan la impronta que deja el último disco de The Decemberists. Una vigorosa proclama que declara el fin de las estaciones más duras pero sin poder dejar de lado, una melancolía y un sentimiento de derrota anticipada que, ahora que el rey ha muerto, no es más que la incertidumbre de lo que vendrá después. Tras el reto progresivo y un tanto indigesto de The Hazards of Love, la banda se recluye en una granja enclavada en un bucólico paisaje, y desprendiéndose de su barroquismo habitual, se entregan a unas canciones que tras sucesivas escuchas van ganando en amplitud, dando vida a un folk-rock de brillante acabado, poblado por acordeones, armónicas y cristalinos punteos eléctricos. Puede parecer más fácil pero es al revés; aquí no hay sutilezas aparentes, y la voz, no susurra apocada sino que clama en pleno campo, no como una plegaria sino como una celebración consciente de lo que se ha perdido.

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