domingo, 2 de marzo de 2008

El Singapur desde La Ribera.

Cuando apareció en el mercado este disco grabado en 1994, se pusieron de manifiesto ciertas posibilidades comerciales. Sin embargo, supongo que para desazón de Fonomusic no terminaron de cuajar. En aquél entonces, a los artistas aragoneses los ponían mucho en Cadena Dial, siempre tenían un espacio reservado para ellos. En su momento, recuerdo que ya había sonado Turistas en el paraíso y Los nadadores y daba la impresión de que cada nuevo disco era el “salto definitivo”.

Ángel Petisme, antes de trascender lo habitual para pasar a ser local y mostrarse así universal, rememorando y practicando los signos de identidad aragonesa desde la diáspora o desde Saturno, entregó El Singapur con el que trató de llegar a la universalidad a través de la visceralidad. Este disco no padecía de los achaques de producción de sus anteriores, ligados en exceso a algunos arreglos ochenteros y desacertados, fruto de lo que se estilaba en aquel momento. Quedaba algún resquicio pero en general las canciones siguen sonando frescas y sobre todo, igual de vigentes y emocionantes.

El disco se abría con el tema que daba título al mismo, con cadencias sincopadas y ecos marineros, supone toda una declaración de intenciones, marcando el tono errante y libre de este conjunto de canciones. Y es que el álbum rehuye en ocasiones los meandros líricos, que no estilísticos, a la hora de plantear los temas eternos, tales como la libertad, la rebeldía, la vida en pareja, la emigración, la memoria, el sexo, el amor... Los ríos de venus, una épica canción de amor arropada por preciosistas arreglos y por las voces de Gabriel Sopeña, elevaba el listón hasta lo más alto, tocándolo de nuevo al final del disco con Amor y Cartografía, título también de uno de los poemarios del bilbilitano y canción de cierre maravillosa y rotunda. Mi favorita, también. En ella, de nuevo con la ayuda de Gabriel Sopeña y de algunos miembros de los extintos El Bosque en los arreglos folkies que sacaban lustre, se evocan como poco, odiseas, personajes fantásticos, históricos o inventados y viajes más allá del tiempo y del espacio espoleados por el amor y la memoria.

Aunque resultaba difícil no reseñar el último tema, emocionante también por su singularidad, más canciones destacadas legitiman el empaque de esta obra: la directa Quiero arrancarte una sonrisa, la desgarradora El Paria, con la pulsación de los tambores de Calanda entretejidos con la guitarra eléctrica, o el auténtico hit alternativo Bailando en campos minados, que con gracia y seriedad dejaba paso a la voz de los desheredados y apartados por la sociedad del capital.

Una de las cosas más gratas de Petisme es ese intento constante de invitación al baile, la búsqueda de colores y estilos para sus canciones sin resultar chabacano y sin por ello renunciar a la densidad. Es curioso como se ha convertido en aquello a lo que en la cita de Francis Bacon que se recoge en El Singapur se aludía, o así lo creo percibir, y es que no siempre se es un bufón cuando se hacen bufonadas. Banderas agitadas, platos volantes, cacofonías surrealistas, fetichismo, himnos, leones durmientes, rock mestizo, amores inabarcables, manifestaciones y paraísos de salón. Aunque en principio pudiera pensarse otra cosa, todo tiene sentido y coherencia, como en este disco; porque Petisme siempre te roba algo más que una sonrisa cómplice.

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