domingo, 9 de marzo de 2008

Independientes en la sopa.

Sexo, mentiras y Hollywood, de Peter Biskind, es una crónica absorbente e ilustrativa de cómo se suceden y transcurren los tratos que permiten que la distribución de una película acabe prosperando. También es la historia del “cine independiente” en los Estados Unidos desde finales de los 90 a través del devenir paralelo del Festival de Sundance y de la compañía Miramax. El autor cuenta concienzudamente y arroja reflexiones lúcidas e informadas a partir de confesiones y declaraciones de segunda y primera mano. Se mete en los despachos, se esconde detrás de la cortina, husmea debajo de las camas de las suites de los festivales, te hace testigo y participe de los hechos y sobra decir que colma de anécdotas divertidas y llenas de jugo.

Se me vienen a corroborar tres cosas. Uno: que el Festival de Sundance ya se había aburguesado nada mas nacer y que no sabia como enfocar sus esfuerzos hacia la promoción del cine indie porque no sabia que era el cine indie de finales de los 80. Dos: que al igual que en la música, el cine indie pocas veces trasciende lo que es una etiqueta pues recurre a los mismos recursos que el cine de los grandes estudios para venderse y su funcionamiento, termina recurriendo necesariamente a los cauces mas convencionales. Y tres: que en esto del cine, los directores son resignados sufridores ante la tremenda dificultad que supone dar a conocer una película al mediano publico. Lo raro es que los hacedores de cine aparenten tanta tranquilidad en las promociones y no dejen entrever las ulceras estomacales y espirituales que les deben provocar los cortes insanos de celuloide, los pagos aplazados y las auditorias. En un pasaje, Tarantino, refiriéndose a Reservoir dogs dice algo así como “hice la película para mi y luego, invito a todo el mundo que quiera verla”. Es una buena máxima para el cine indie: la difusión controlada que no dañe la obra.

Recuerdo esos finales de los 80 y primeros 90 cuando en las revistas de cine comenzaba a acaparar papel esas películas con gente menos o nada conocida en escenarios realistas y con argumentos de vocación profunda y cercana. Steven Soderbergh que había dirigido Sexo, mentiras y cintas de video, titulo genial para una película que se aclamaba como un nuevo y refrescante referente para lo que iba a venir, acaparaba la atención de la critica y del público ávido de otras posturas cinematográficas. Mi atención la acaparaba James Spader y su peinado imposible. Desde entonces, Spader comenzó a atesorar peinados imposibles que hacían mas daño a su carrera de lo que su agente debía pensar y yo me convertí en fan confeso y entusiasta de este hombre. Por allí andaban entonces John Sayles, Allison Anders, Spike Lee, Tom DiCillo, Todd Haines o Alexandre Rockwell. A mi me tenia completamente cogido Hal Hartley. En España gozaba de buenas criticas (hasta le dedicaron una noche especial en Canal +) y me resultaban muy atractivos esos escenarios de sus películas, tan americanos y tan baratos. Sus actores eran completos desconocidos y sus historias se antojaban de lo más “modernas”. Ah, lo mejor de todo eran los títulos, Amateur, Simple men o Trust me parecían palabras geniales para denominar películas.

Y así, hasta que vino al indie el cine de género. Primero con John Dahl. La muerte golpea dos veces, Red rock west y sobre todo, La ultima seducción. Eran películas que prometían tanta forma, tantos clichés del genero negro recreados que cuando uno se topaba con la sustancia, era como encontrar oro. La ultima seducción ya caía, creo, por el 94. Allí ya se produjo el advenimiento pleno e inseminador de Quentin Tarantino y las tornas de la industria terminaron por cambiar definitivamente. Un poco antes, el escaso éxito de público y el ninguneo de El ultimo gran héroe supuso una pequeña rebelión germinada en un gran estudio y aplastada en el mismo sitio con un “no te pases de listo”. Quedaban aún muchos años de feliz divorcio entre los contenidos del cine indie y los contenidos del cine comercial, al menos, en lo que al envoltorio se refería. Tarantino, por lo menos, no sólo derramó influencia sino que impuso su peso específico sin preocuparse si hacia un cine desafiante con las producciones tradicionales y coherente con las propuestas de entidad netamente artística.

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